Por Micaela Hierro Dori *
A pesar de los malos vientos que han azotado su vida, Esperanza no ha perdido aún el sentimiento que lleva por nombre. Solo su esposo la acompaña de cerca en este dolor. El dolor se llama Amalio.
Desde julio de 2021 su presión arterial ha ascendido a niveles alarmantes en más ocasiones que en cualquier otra etapa de la vida; el llanto la ha visitado en muchas más noches y formas que antes. Cuando sobre tus hombros está haberte responsabilizado por alguien más, y la carencia económica se adueña de tu casa, el hambre se multiplica y la frustración se abraza a ti sin ánimos de soltarte.
Esperanza, desde esa fecha, carga- en toda la extensión logística y emotiva del verbo- con Amalio Álvarez Gonzales, que aunque pudiéramos mentarlo como su hijo, es en realidad su hermano tres años menor. Desde ese julio del 2021, Amalio no ha visto la luz del sol. La promesa firmada por los tribunales judiciales habaneros, es que no la verá en los próximos 15 años.
Aquel lunes 12, Esperanza vio a su hermano partir bien temprano a su trabajo en Servicios Comunales. Para oírlo de nuevo deberían pasar un mínimo de 2 meses más, y solo lo vería 6 meses después de la primera fecha.
Amalio Álvarez está acusado de sedición, un delito arcaico que mucho da que hablar en bocas letradas en materia de derecho, y por ese delito, cumple sanción en las galeras del Combinado del Este desde su juicio, en la primera quincena de enero de este año.
Las pocas fotografías que de Amalio se poseen, han sido hechas por manos inexpertas de su propio barrio. En la más famosa, la que acompaña titulares de medios independientes cubanos, Amalio regala una sonrisa infantil que, a través de sus ojos, traspasa un descuidado nasobuco verde. Esa sonrisa, ingenua y desgastada, es Amalio. Esa sonrisa parida quizás por un trastorno mental, o descendiente directa del estado de embriaguez en el que se le veía siempre al ancianito, sí, porque con cuarentaitantos años, el alcoholismo ha dejado su huella visual en Amalio.
Todo su pueblo lo conocía, como a los insignes borrachos de cada barrio. Amalio había desparramado sus 44 años allí. Bebía lo mismo solo que en la bodega más cercana, y comía igualmente en casa de su hermana que en casa de Mauria, una vecina generosa de por aquellas cuadras.
Todo el poblado supo que el 12 de julio de 2021, Amalio, borracho, estaba en la calzada principal de La Guinera protestando junto a otros cientos de pueblerinos. Toda la zona corrió la noticia de las agresiones que recibió, de la indiscriminada violencia que su cuerpo sufrió. Esperanza perdió el color al oír aquello.
Toda La Guinera, esa tarde de lunes, y así lo comentó durante días, semanas y hasta meses, vio al viejito borracho morir.
La Guinera, localidad conocida entre los capitalinos por marginal y peligrosa, protagonizó, sin dudas, las protestas del 11 de Julio del pasado año en Cuba. Una de las razones que eternizó en la memoria de la oposición las manifestaciones y al poblado mismo, fue que La Guinera no tomó las calles el día en que casi toda Cuba lo hizo.
El 12 de julio, cuando ya estaba harto orientada la medida presidencial de que las protestas populares fuesen reducidas a cero, con la violencia necesaria como fin justificante de medios; cuando la espontaneidad y factor sorpresa de los hechos, que tanto debilitaron a la policía nacional y agentes de la seguridad del estado en la profilaxis de la masividad, se había perdido; cuando estaba fuertemente activado el mecanismo de contención y respuesta, y la tarde anterior había dejado un saldo considerable de heridos entre manifestantes de varias localidades, sólo entonces, La Guinera decidió tomar las calles y protestar.
En una lectura rápida uno le incrusta un valor o desatino adicional a los manifestantes. Y cuando conoce con cuanta violencia estuvo permeada la protesta allí, y cuanta monstruosidad policial se dio cita el día 12, sabe que está en presencia de una protesta singular en medio del 11J en Cuba. El único muerto que las fuentes oficiales detallan se convirtiera en víctima de estas manifestaciones, de mano de la policía- en una nota ambigua y descarada que en mucho miente- Diubis Laurencio Tejeda de 36 años, lo trajo La Guinera.
Allí, básicamente en una sola avenida, se gestó uno de los enfrentamientos más grandes entre pueblo y efectivos militares que hasta el día de hoy Cuba puede registrar. Allí estaba Amalio Álvarez, borracho pero aún consciente de las razones que lo podían soldar a estos reclamos populares. Débil, avejentado y tambaleante, se convirtió, según los lugareños, uno de los primeros objetivos de las boinas negras y oficiales de la policía. Se aprovecharon de su indefensión como cobardes, y el pobre, poca o nula defensa pudo presentar.
-¡Está borracho!-, gritaban los manifestantes. No hubo compasión. Sangrante y a rastras por el suelo, fue llevado por guardias uniformados hasta la Estación de la Policía de El Capri, en el municipio capitalino de Arroyo Naranjo.
El 13 de julio para Esperanza era un día atípico en la institución escolar donde trabaja como auxiliar de limpieza. Allí mismo se presentó en la mañana su esposo. «Llama a tu prima». Intrigada por aquella orden, Esperanza tomó el celular y marcó 8 dígitos. Estaba diseñado, por los pocos miembros de la familia, que Esperanza recibiera la noticia en la voz de Rosita. «Tu hermano se metió en las protestas y lo mataron».
Sin pensarlo mucho, dejó la escuela y partió hacia la estación de PNR de El Capri. Allí no le dieron seguridad de vida. No salía en ningún listado, ni de detenido, lesionado o fallecido. «Ve a Ivanov. Él debe estar allí», le dijo un oficial.
Emprendió viaje y se personó en esta institución. Una joven oficial leyó una lista aproximada de 10 nombres. Esperanza respiró. Amalio Álvarez González estaba detenido en esta prisión en espera de algún proceso. Una buena nueva le removió. Estos diez nombres serían prontamente liberados.
Pasaron los minutos, Esperanza entregó pertenencias de aseo y ropa para su hermano, y esperó conocer la información del día y hora exactas en cual sería liberado su hermano. Un mayor del Ministerio del Interior desvaneció su ilusión. «Todos los mencionados se quedan detenidos. Están implicados en los hechos»
Varios días seguidos estuvo yendo Esperanza al mismo lugar, con la promesa de que le dejarían ver a su hermano. Una semana después le prometieron 5 minutos a cada familiar allí presente. Desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde tuvo que merodear Esperanza la institución penitenciaria, solo para que le negaran finalmente el derecho, y le advirtieran que a su hermano lo habían trasladado a Villa Marista.
Dos meses estuvo esta mujer penando por lo pasillos del cuartel general de la seguridad del estado, angustiándose con la indesechable duda de si su hermano en realidad estaba vivo. No aparecía en lista alguna. Le volvían a ocultar información, y para colmo de males, seguían aplazando indefinidamente la posibilidad de verle u oirle.
En una de sus reiteradas insistencias en Villa Marista, solicitando fe de vida de Amalio, verle, o al menos oirle, una oficial le buscó y le orientó un nuevo sitio en su peregrinaje. «Hoy mismo él se va para Valle Grande. Ve mañana para allá»
En la prisión de Vallegrande las listas de detenidos no ofrecían el nombre y los apellidos de su hermano. Sal sobre la herida. Poca lágrima le quedaba a Esperanza por regalarle a la incertidumbre. Días después le informaron que su hermano había dado positivo a la Covid, y que si quería verlo, fuese al hospital La Covadonga, en el municipìo capitalino del Cerro.
Ni meriendas ni llamadas. A Esperanza no le permitieron el mínimo acercamiento a su hermano. La agonía que la mujer albergaba ahora había empezado a tornar también en que, si su hermano estaba vivo, estaría atravesando por uno de los momentos más complicados de su vida: la abstinencia forzada. Con antecedentes psiquiátricos en su haber, este proceso no sería fácil en lo absoluto.
A los 60 y tantos días de una desgastante persecución de estaciones policiales e instituciones penitenciarias, una llamada le cambió el semblante a Esperanza. «Me dieron una paliza durísima. No estoy bien, mi hermanita», fueron sus palabras iniciales, que ahogadas en lágrimas, le dieron a Esperanza la certeza de que su hermano menor aún vivía.
Cuatro meses más tuvieron que pasar para que Esperanza viese el rostro desaliñado y la enclenque figura que ahora exhibía Amalio. En cada visita ambos lloraron. Amalio jamás le ha pedido a su hermanita otra cosa que su asistencia a la visita mensual, y de ser posible, sus cajetillas de cigarros.
Esperanza no lo deja solo, en primer lugar, por que más que su hermana, ha sido como la madre que la vida le arrancó a Amalio cuando él tenía unos pocos meses de nacido. Alcohol sobre su cuerpo vertió la madre, y ardió hasta dejar escapar la vida.
El día de las protestas en La Guinera, Amalio se vestiría con un overall azul, uniforme estipulado para los que laboran en servicios comunales. Ser basurero, como se le conoce a estos sujetos, es una de las pocas opciones laborales que le quedan a personas que se reinsertan socialmente, luego de cumplir condena. Aunque hubiesen pasado 20 años ya desde que Amalio saliese en libertad, en el juicio que se le celebró se le tomó en cuenta esta sanción como un antecedente peligroso, a pesar de que ya hubiese cumplido la condena establecida.
Amalio no regresó a casa luego del trabajo. Se le escapó a Esperanza y se fue a tomar. Durante varios meses la hermana se lo había llevado a su hogar, donde el brazo férreo de su marido le impedía entregarse al vicio. Amalio se estaba convirtiendo poco a poco en una persona sobria. Los vecinos lo notaban. Ocioso, y abstemio, había empezado a volcarse en las labores domésticas y en su propio trabajo.
Pero ese fatídico 12 Amalio fue vencido por su contrincante y amigo, quien lo acompañara en esta relación de amor-odio desde sus 14 años.
Las protestas le acogieron la ebriedad; las consignas, sus carencias. Fue un objetivo fácil. Su cabeza aun muestra una marca que recrea las patadas que recibió por un oficial. Contra la acera, una y otra vez le dieron. Su espalda es, año y medio después, un lienzo donde se valoran cuantos metros le arrastraron, cuantas cuadras limpió con su piel.
Para Amalio González pedían inicialmente 30 años de privación de libertad, por los delitos de atentado, desorden público y sedición. Cuando Esperanza conoció esta situación cayó sentada. Cuando la conoció él, planificó unirse a su madre en forma similar. Estadísticamente es conocido que las mujeres prefieren el empastillamiento, cortar sus venas y quemarse, como forma de suicidio. Los hombres, regularmente, se ahorcan.
Un soldado descubrió el desastre a medio empezar. Carbamacepina, libopromacina y teoridicina, fueron los medicamentos que le orientaron en psiquiatría.
Semanas después se repitió el proyecto. Con una máquina de afeitar afilada, el desesperado Amalio abrió una herida en su mano izquierda, en la que posteriormente, y gracias a que fue descubierto por otro preso, le aplicaron 14 puntos de sutura.
Amalio jamás golpeó a ningún policía en las protestas. A pesar de que en el circo donde la acusaron, en enero de este año, hayan llevado a dos oficiales como testigos de que así sí que había sido. Dos oficiales que no estuvieron en las protestas de La Guinera, sino en las de la emblemática esquina de Toyo, incluso, un día antes. Dos oficiales que no mostraban lesión alguna, mientras sentado allí, tembloroso y a punto de entrar en un estado de pánico, Amalio ocultaba sus heridas. Dos oficiales que no se pusieron de acuerdo entre si Amalio se ocultaba detrás de una columna o de un tanque de basura.
La sentencia inicial fue de 26 años, por el delito de sedición. El 16 de marzo la apelación se los convirtió en 15.
Esperanza no duerme bien. Amalio duerme aun peor. La escabiosis y la chincha han causado lesiones considerables en su espalda, torso y cabeza. Tiembla como un paciente de Parkinson, y llora en cada visita.
Amalio asumió el lema de Patria y Vida paulatinamente, como a quien le va entrando una sangre nueva y enérgica en sus venas, mientras que su ánimo se deplora, y su salud mental le pasa la cuenta.
Esperanza, la prima Rosita, el pueblo de La Guinera, y hasta los mismos oficiales de la PNR de El Capri, saben que Amalio no es merecedor de ninguno de los cargos que se le imputan, como tampoco de la cruenta condena que se le adjudicó.
Amalio Álvarez González es un señor de 45 años que en julio de 2021 se le escapó a su hermana y salió a beber. Horas después, se le escapó también a la muerte.
Amalio es un paciente psiquiátrico, golpeado por traumas de la infancia y de la vida. Golpeado, el 12 de julio, por las tropas especiales y oficiales de la policía.
Amalio es un enfermo de alcoholismo, un basurero jovial y bien caído de La Guinera.
Amalio es un hombre que no merece prisión. Es un hombre a quien la injusticia de una sentencia de 15 años le ha mellado su salud mental.
Amalio, a pesar de su sonrisa, a pesar de su hermana Esperanza, es un casi muerto.
Amalio es el muerto que ha podido ser.
* Investigadora y especialista en fortalecimiento de la sociedad civil, liderazgo e innovación democrática .