«Torna tu vista, Dios mío, a esta infeliz criatura», reza una plegaria espiritista popular entre los creyentes cubanos. Cuando uno entra por el casi eterno pasillo que da a la casa 439, desde la Calzada de 10 de Octubre, a dos cuadras de Toyo, te parece como si hasta las paredes sin color la cantaran sin ánimos. La libreta de abastecimiento del núcleo recoge 25 nombres, y cada uno de ellos ha recibido de la vida cualquier cantidad de desgracias. Que Daysi Alonso Rodríguez esté presa por manifestarse el pasado 11 de Julio, es una tragedia que la familia ha asumido triste y vagamente, tan normada como el insufrible pan de la bodega suyo de cada día.

El 11 de julio del 2021, a dos casas de la suya, había una bocina, una mesa de dominó, y cualquier cantidad de ron. A las 3 de la tarde ya Daysi había bebido demasiado como para tener tino o templanza. A esa hora ya venían bajando desde Café Colon los manifestantes de los barrios de Santa Amalia y todo el oeste de 10 de Octubre, furiosos, golpeados. Ya habían tenido que esquivar los gases lacrimógenos que lanzara la policía, y muchos de ellos llegaron a Toyo con heridas en sus pies y en el torso producto de pedradas revolucionarias. Aun así seguían gritando Patria y Vida, Libertad. 

En Toyo el enfrentamiento entre las fuerzas policiales y el pueblo no fue de poco calibre. La paz que pregonaron inicialmente los manifestantes se había tenido que convertir en estrategias para protegerse, y luego, para defenderse. Un carro de patrulla fue volcado. Imposible no ver en esa imagen la poesía del derrocamiento anhelado. Muchos quisieron subirse encima del carro policial, que se convirtió en un podio de la liberación. Sobre el subían y bajaban muchos, posando a la historia, sintiendo por un instante que el poder corrupto estaba volcado y bajo sus pies. Daysi a pesar de sus 40 años, tuvo ímpetu para hacerlo. Menos de 10 segundos duró su celebración. Está registrado en cámaras.

24 horas y un poco después, Daysi no tenía nada de alcohol en su sangre, y muy poca proteína en su estomago. Se ha adaptado a gustar de las gelatinas pues los médicos le han dicho que suben sus defensas. En el eterno pasillo se tomaba una, de frente a la puerta y de espalda a la Calzada. No vio venir a los seis Avispas Negras que se le abalanzaron. «Déjenme coger las chancletas al menos» fue lo que atinó a decir. Sus primas gritaron preguntando el por qué pero solo obtuvieron el ruido de Daysi cayendo en una guagua oscura de vuelta. Nadie le dice a la tía Maritza a donde se la llevaban, como tampoco que pasaría con ella.

Pasaron 4 días para que Maritza supiera donde estaba su sobrina, y más de tres meses para enterarse que Fiscalía Provincial le pedía pasar sus próximos 20 años en la prisión, por los delitos de atentado, desorden público, daños y sedición. Luego de un mes en 100 y Aldabó, trasladaron a Daysi, como era debido, al Centro Penitenciario para Personas con VIH-Sida, Panamá, en la provincia de Mayabeque.

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En la 439 todos hablan a la vez. Amontonan una queja sobre otra, porque sienten que la felicidad de tener a alguien interesaos en oírlos debe acabar pronto. Nos dan sus mejores sillas y se agolpan alrededor nuestro, y en cada historia fatídica que cuentan dejan sin decir pasajes de rechazo y mal gestión gubernamental, pues tampoco quieren atrofiarnos.

Yailenis, de dos años, nos observa tranquila. Lleva un solo arete dorado en la oreja izquierda y el pelo rizo de color castaño claro. Es la segunda de tres hermanos, hijos de Eliany Furcades. A la pequeña Yisel, de un año, se la van pasando de brazo en brazo sin que nadie marque cuando debe entregarla a un próximo que la acoja. Eliany tiene solo 24 años, y ahora espera que sea varón lo que trae en este cuarto embarazo.

«A esta familia, conociendo que somos un caso critico, a todos nos tratan como perros. Si vamos al Gobierno, nos tratan mal, si vamos al Partido, mal, en todos lados nos tratan mal» protesta Eliany, en una parsimonia que me hace dudar. «En la Plaza de la Revolución nos hemos tirado ya tres veces, y las tres veces han venido a decirnos que van a solucionar nuestro problema, pero todo es mentira y más mentira»

«Esto con Fidel no hubiese pasado», grita Leydis desde una esquina de la sala. Leydis Alonso, prima de Daysi Alonso, espera su tercera hija hembra, con un diagnostico dudoso de salud. Es alta, camina desde la cocina hasta el sillón y casi roza el bombillo ahorrador que cuelga sujetado por un cablerío primitivo. Leydis se queja se su anemia, por culpa de la falta de comida. «Yo creo que lo único bueno que han hecho esta gente es la chequera esa, pa poderle comprar juguetes a mis niñas… y pa eso», vocea. 

Desde los primeros meses de embarazo informó a su doctora del riesgo que ella suponía. «Mis análisis han dado negativo, gracias a Dios, pero el padre de este embarazo es seropositivo». Leydis ha reclamado tratamiento a pesar de no estar aún diagnosticada, y ha pedido que se le coordine fecha de cesárea, para evitar el riesgo de infectar a la criatura a través del parto, pero la burocracia y otra vez la tragedia les comen los dedos y la vida. Ahora espera, con 39 semanas, que finalmente el Programa de Atención a la Pareja Infértil le acepte una cesárea, lo comunique al Hospital Hijas de Galicia, en 10 de octubre, y los doctores le fijen una fecha. Ahora, en la que probablemente sea última semana de embarazo.

«Yo estuve los primeros meses de mi barriga con un parasito vaginal, pero como no tenía peste ni soltaba nada, no se me detectó», vuelve a interrumpir Eliany, quien ha visto un agujero por donde filtrar su pena. «Tuve que conseguir rosefín por la calle y hacerme el tratamiento, porque ellos así no querían que yo me la sacara. Yo les explique que no tenía condiciones para volver a parir, y que no había medicamentos, pero ellos me dijeron lo mismo».

Eliany y Leydis se sientan una al lado de la otra, y son un poema del infortunio a dos manos. Ambas han tomado locales del estado, como tiendas o inmuebles en desuso, por la fuerza, para hacer de ellos un hogar. De ambas todas las autoridades pertinentes, Gobierno municipal, PCC y Vivienda Municipal, se han desentendido. Ambas están cansadas, sus rostros están caídos de tanto mal dormir. Entre las dos no tienen un refrigerador, ni un escaparate, ni una cama espaciosa. La trabajadora social les proveyó de una cajita, efecto electrodoméstico difundido en Cuba para sintonizar la señal digital, solo para después decirle que a quien se le dio cajita no le tocaba televisor. 

Entre las dos, y entre sus hijas, muchas de ellas enfermas de herpes, escabiosis y chinchas, suman siete. Muy pronto sumarán nueve. De igual forma incrementara su pobreza y desespero.

«Yo ya no tengo miedo ninguno», afirma catedráticamente le joven Eliany. «Lo único que me falta es tirarme pa la calle con mis tres hijas. Lo próximo que voy a hacer es tirarme pa la Plaza de la Revolución con mis tres hijas. Si no lo he hecho, es porque para irme con ellas pa allá, tengo que irme con una buena merienda para todas, y no tengo ahora mismo pa eso. Pero lo que me falta es nada»

«Conmigo no cuentes todavía», le añade Leydis, «no hasta que para esta» y se señala su vientre inflado.

Maritza García, la tía calmada que se ha hecho cargo de todo el proceso de Daysi Alonso, las mira y asiente. Ella es quien funge como madre, ya que su hermana, progenitora de Daysi, se quitó la vida hace unos años víctima de trastornos psiquiátricos y carencias no desestimables. No es el único hermano suyo que ha muerto. Uno mayor salió de la prisión enfermo grave. «Allá dentro había muchísima humedad y pudrición, y cuando salió, salió ya a morirse»

«En este cuadradito de 4X4 somos 25, y tenemos un expediente abierto en vivienda desde el año 1992» nos informa.

Nos invita a pasar a la cocina, no así a la pequeña terraza que detrás se explana. Tiene miedo de que nos sorprenda alguno de los ratones que asiduamente recorre la zona. Por suerte la casa está situada en una zona conflictiva; los apagones allí no hacen estragos.

Maritza fuma un cigarro sin filtro y luego otro. En su cara muestra el desespero, pero no el desespero juvenil por llegar a una meta, sino aquel viejo desespero que se ha acoplado a la rutina, y está en cada metro de la piel sucia y de la casa desaliñada. La única seropositiva diagnosticada de los 25 no es la sobrina Daysi. El propio hijo de Maritza también lo es. Lo que sí es Daysi la única familiar con cáncer del cuello del útero en la familia.

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Daysi Alonso es un numero, el 5869. Fue la persona número cinco mil ochocientos sesenta y nueve en contagiarse con el Virus de Inmunodeficiencia Humana en Cuba, y el paciente de VIH se identifica con ese número a donde quiera que vaya a recibir atención médica. Pero atención médica es lo que menos ha recibido Daysi en este año que ha pasado desde el 11 de julio. 

El primer mes que estuvo detenida, en 100 y Aldabó, a los familiares no le permitieron llevarle sus medicamentos ni ellos se los administraron. Luego de ese tiempo, Daysi fue trasladada a la Prisión para personas con VIH-Sida, en el municipio Güines, en la provincia de Mayabeque, a más de 50 kilómetros de su casa. Las autoridades le permitieron la entrada de sus antirretrovirales, pero para Maritza, pagar un transporte mensual, de más de tres mil pesos no es cosa fácil, por lo que su sobrina ha tenido que ingeniárselas sin su tratamiento. Solo una vez logro conseguirle el tratamiento doble, por lo tanto, en 11 meses de prisión, Daysi Alonso ha tomado antirretrovirales solo en dos.

Allí, en Panamá, supuestamente acondicionada para los seropositivos, no le dieron tratamiento alguno y la comida ha sido pésima. Ya desde el primer mes de detenida Deysi presentó anemia, para lo cual tampoco la han sujetado a tratamiento ni reforzado su alimentación. Una sola vez Maritza pudo llevarle unos cuantos bulbos de rosefín que una amiga le donó, y allí en la prisión se los suministraron.

Producto del Virus del Papiloma Humano, el cual padece también desde hace varios años, el cuello del útero se le fue minando de células cancerígenas, convertidas en el 2017 en un conocido por peligroso Nic 3. Antes de la detención, Daysi se estaba tratando en el Hospital capitalino Hijas de Galicia, primero con quimioterapia, para evitar la escisión quirúrgica. Unos meses antes del 11 de Julio los doctores estimaron lo urgente de la intervención. Daysi lleva casi un año sin recibir tratamiento, y por supuesto, sin haber sido operada.

En enero de este año la tía busco a los doctores para que estos emitieran certificados médicos con todas las penas clínicas de su sobrina. Con estos papeles fue al abogado, rezando porque le hicieran cambio de medida a Daysi o por lo menos la trasladaran al hospital habanero para su tratamiento y operación. Una oficial en prisión le dijo a Daysi que los papeles médicos se habían perdido. En abril la obstinada tía repitió la secuencia. Esta vez le dejaron entender que no podían, y que no la iban, a trasladar para La Habana.

Cuando Daysi lleva cuatro horas quejándose del dolor, vine una enfermera y le inyecta un analgésico. Nada para la anemia. Nada para el Sida. La comida sigue siendo seso de puerco y harina. Las celdas de castigo, por si se portara mal, son unas cavernas húmedas y mugrosas como las que pudrieron a su tío difunto.

Maritza no se ha cansado. Por tercera vez ha repetido el paso de pedir certificados médicos y diagnósticos a los doctores de su sobrina. Esta vez le ha sacado copias. Antes de dárselos al abogado, entra una llamada al celular de Yurisleydis Pérez, de 20 años, hija mayor de Daysi. Su propia mamá está al teléfono. El destino finalmente les esboza una sonrisa corta, con sabor a limosna. Deysi será trasladada para el hospital del combinado, para empezar un tratamiento por el cáncer. 

Maritza protesta, con la misma poca fuerza con que lo protesta todo, que más que poca fuerza es cansancio y hambre, o ganas de hacerse un buen café. Ella quería que su sobrina fuese atendida por sus doctores habituales; no la quería en manos de unos desconocidos. De los males el mejor, o de los bienes el más malo. Pero una alegría al fin.

Yurisleydis, hija primera de Daysi y hermana de un varón de 16, se emociona pero no visiblemente. En esta casa las emociones puras hace tiempo que perdieron intensidad. El hambre también ha desganado las almas. 

A Yurisleydis la hemos logrado ver en casa porque esta de pase. Cumple una condena de cuatro años por un delito de corrupción, y hace uno que es madre. Ha venido a Calzada de 10/10 339 pero en la prisión ha dejado a su hija. Le impiden llevársela de pase. Está en espera de que la reeducadora logre que la trasladen a un hospital de la ciudad, para cumplir allí el resto de su condena limpiando baños o cuidando las entradas. Le dio a Daysi una nieta, pero solo se la ha podido enseñar en una ocasión.

Nos vamos despidiendo cuando entra a casa otra de las hermanas de Maritza con su esposo. Ella es débil visual y el, totalmente ciego. Los buenos modales del señor nos dan ese abrazo final que tanto necesitábamos. Cuenta, en su voz de barítono y con sus palabras un poco mas rebuscadas que los demás miembros de la familia, las mismas penurias que ya he escuchado, mientras ofrece su celular para que me enseñe algo.

Desde un teléfono viejo, ajustado para débiles visuales, me enseñan el video de su hija ciega, cantando alegremente, con la misma alegría tenue de la casa 339, una canción infantil compuesta por José Luis Perales. El ruido de las muchas conversaciones me permite aislarme un momento a la afinada voz blanca de la pequeña, mientras mi corazón se lamenta no tener un presente que dejar en esta casa asolada por las tragedias.

«Yo canto para ver un mundo feliz», entona dulcemente la chica. El padre ciego, tío de Daysi y mi anfitrión ahora, ha estado pendiente de la voz de su hija. «Y canto para que me dejen soñar», sigue ella. Yo no he terminado de estremecerme con el cambio de letras oportuno y profético que ha hecho la niña cuando el padre me advierte. «Manuel, yo creo que esos sueños están bien difíciles».