Exactamente 15 días estuvieron dos pomos de champú guardados en el pequeño escaparate de Ivis. En esos 15 días, ni ella, ni su nuera, ni miembro alguno de la casa, los abrió siquiera para olerlos. Ivis no había pagado por ellos, tampoco los había robado. Habían sido el regalo de uno de los manifestantes, que a las 2 de la tarde de aquel 11 de julio de 2021, había irrumpido en la tienda El Encanto, ubicada en la calle Cuba, en el artemiseño municipio de Güira de Melena.

Algunos güireños, una vez habían roto los dos cristales principales de la única tienda en moneda libremente convertible del municipio, convirtieron la masa popular deforme en cadenas semiformadas, y, de primera a segunda y a tercera mano, desde dentro de la tienda hasta la acera, estuvieron transfiriéndose ventiladores, batidoras, pomos de aceite, nylon con muslos de pollo, jabones y todo tipo de artículos de aseo. Por momentos el pase del batón se convirtió en un lanzamiento al aire sin buscar manos o destinos precisos, más allá de liberarlos de sus estanterías. A Ivis, que estaba situada a tres metros de la tienda, según narra el video que usará fiscalía para acusar a 32 ciudadanos el 7 de marzo, le tocaron dos pomos de champú, de dos MLC el precio fijado para cada uno.  

En la familia Hernández y Montes de Oca nadie tiene acceso directo a esta divisa. Fuera de la nuera de Ivis, Nataly, que vio partir hace solo cinco meses a EE.UU a su ex marido y padre de su hijo, nadie cobra sus servicios en esta moneda, ni recibe remesas de algún otro país extranjero. Para que Ivis pueda comprarse al menos uno de estos dos pomos de champú, debe enfrentar algunas diatribas.

Primero, debe comprar los dólares en el único mercado –el negro- en este caso, por la vía de transferencia directa; desde la tarjeta de banco metropolitano de quien los posee y desee venderlos, a la tarjeta suya. Para eso, debe tener en efectivo, lo equivalente a esos dos dólares. Ahí se complejiza aún más la narrativa.

Esos dos dólares, en abril del 2021, Ivis los hubiese podido “comprar” entregándole al cambista la suma de 96 pesos cubanos, a razón de 48 pesos cubanos por cada dólar. Pero ya en agosto de ese mismo año, por cada dólar hubiese tenido que pagar 88 pesos cubanos. En este año, en febrero, para comprarse un pomo de champú, Ivis hubiese necesitado tener 240 pesos cubanos para hacer el trueque. Y desde febrero hasta la fecha, la oscilación de esta divisa no ha sido considerable.

En casa de Ivis se vive al día. Su relación y su hijo Yandi la sustentan materialmente. Podían traer a casa, entre los dos, al menos 4 veces a la semana, entre 70 y 200 pesos diarios. Si en una semana de siete días laborados, en la casa se ingresó el máximo posible de ganancias, tendremos 1400 pesos para alimentar a 3 personas y un niño. De esta suma, al menos una vez cada dos meses, Ivis, con la suerte de encontrar un vendedor de dólares al que no le hayan mordido la oferta –  cosa difícil en un pueblucho despoblado como este –  podría adquirir la divisa, hacer una fila respetuosa, y comprar el dichoso aseo. 

La disyuntiva real aparece cuando, de esos 11 200 pesos cubanos para dos meses –cifra sugerida de ganancias según la hiperbólica estimación inicial-, tiene que dedicar cerca de 30 mil solamente para alimentos. El faltante es hiriente y preocupante. De realidades como estas nacen refranes cubanos tan populares como aquel que dice que, el cubano tiene que hacer magia para vivir.

Ivis no compró un champú y menos dos. Ivis lo recibió de manos de un vecino, y lo guardó en casa sin usarlo hasta ver el carácter que tomaban los días siguientes a la manifestación. El mismo día once, muchos dejaron en plena calle los ventiladores y batidoras, y otros corrieron con las botellas de aceite hasta cedérselas a un segundo. Al ver a los oficiales de la seguridad del estado documentando aquello desde sus celulares, profetizaron que esta apropiación tendría consecuencias, y muchos abandonaron los productos. En los días siguientes Ivis empezó a escuchar los rumores.

Muchos rostros estaban siendo detectados desde las grabaciones de la policía política. Estaban siendo disciplinados con una multa de dos mil pesos cubanos (cifra actual correspondiente a cerca de veinte MLC) y con el decomiso del producto retenido. Quien no entregaba el producto, debía abonar en pesos cubanos, además de la multa, el cambio correspondiente al precio de vidriera. 

La estación de policía se disfrazó por esos días de super mercado. Las oficinas se embutían con efectos electrodomésticos, productos de aseo e insumos alimenticios. Los oficiales rubricaban talonarios y los ciudadanos adjudicaban el costo acordado, o en su defecto, firmaban el compromiso de hacerlo en no muy lejanas fechas. El alborozo era mayor, porque muchos de los que habían sustraído de las tiendas algún producto, y luego los habían abandonado en otras manos o calles, debían someterse a la misma medida. 

Ivis ordenó en casa no abrir el champú. Ni olerlo. El 26 de julio, prodigó dos mil pesos en la estación de la PNR de Güira, y entregó, impolutos, los dos embases. Tanto a ella, como a los muchos que corrieron con tal suerte, se le imputó un seguimiento con oficiales de la policía, al menos una vez al mes, para que demostrasen que aquella conducta había sido fortuita y que no se repetiría jamás.

Pero Ivis Montes de Oca a sus 50 años, con su multa resuelta y sin dos pomos de champú acusadores, no es una mujer ligera ni desahogada. Hace 13 días que no sabe nada de su hijo Yandi, detenido a razón de las protestas municipales. Su hijo que jamás siquiera se acercó a la tienda El Encanto, ubicada en la calle Cuba.

Hasta que no se recoja el último botellón de aceite de la calle que el video mostró que fuera usurpado, y hasta que no se emita la última multa, no cerrará la etapa inicial de las investigaciones, y, según le informaron en la Unidad de Prevención de Boinas Rojas, “Reloj Club” a Ivis, no podrá contratar, por el precio de cinco mil pesos cubanos, los servicios de un abogado para su hijo Yandi Hernández Montes de Oca. 

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La gente de Güira de Melena labora en sectores tan variados como la agricultura, el comercio, el tabaco o la salud. Un gran por ciento de los hombres, a quienes veremos en numerosas esquinas de repartos como El triángulo o La Guerrilla, se dedica a “rastrojear”. 

Bien de mañana salen hacia las afueras del pueblo en busca de las fincas campesinas. No pueden madrugar ni trasnochar pues serían considerados, por los propios campesinos, como ladrones, y en suertes pudieran ganarse desde una buena mordida de un entrenado perro sato hasta un buen machetazo en la espalda.  

Llegan y desgajan surcos, limpian el yerbazal de los mangos o aguacates caídos, los recogen, los apilan. Dan los buenos días al latifundista y le pagan una suma modesta por la merma. El campesino agradece, pues se ha visto en la obligación de vender también ese excedente, ya que, una vez respondida al estado la suma que este le fija según los metros de tierra y cantidad de cultivos que posee, debe comprar abono y otros materiales necesarios para el mantenimiento de su propia finca. Con estos rastrojeros, sale de una vez de estos productos –que no son de primera categoría pero tampoco de quinta- y le quedan limpios los surcos.

Los que rastrojean, obtienen viandas, verduras y frutas a “precio de cochino enfermo”, y las pueden luego vender, en las esquinas del pueblo, a un precio un poco mayor. En el portal que da a la calle Cuba, Yandi, hombre de campo al igual que su padre Carlos Alberto, diariamente situaba en exhibición los aguacates, los mangos, y los tamarindos. También malangas o tomates, esperando que con las ganancias, fuese suficiente para apoyar a su madre, a su esposa Nataly, y a la pequeña Shayna de dos añitos, ya que el otro varón de su esposa, ha sido enviado a vivir temporalmente con sus abuelos paternos, que tienen una situación económica un tanto más holgada.

Hace más de un año que en el mismo portal de la calle Cuba no se venden aguacates ni tomates. Unas ropas usadas, que Shayna no pueden continuar pues ha crecido, se presentan para que algún transeúnte pague por ellas y haga más llevadera la vida de estos.

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El 11 de julio del año 2021, minutos luego de comenzadas las protestas iniciales en Cuba, en el colindante municipio San Antonio de los Baños, el poblado de Güira tomó las calles. Los primeros manifestantes salieron del barrio La Guerrilla, según cuentan lugareños, desde la casa de Brenda Díaz, conocida por todos como la Pichu. Bajaron alrededor de 5 cuadras hasta llegar a la avenida principal del municipio, coreando consignas y haciendo reclamos de libertad. Los funcionarios, movilizados en el acto, no opusieron resistencia ni sofocaron la manifestación. Los protestantes, que llegaron a contarse por cientos, enfocaron primeramente sus reclamos a los dirigentes del PCC de Güira, varados en la misma institución, y luego, frente a la estación de policía, para así llegar al parque. 

Horas más tarde, cuando vecinos de prácticamente toda la zona central del municipio se encontraban en la calle, la manifestación intentó dirigirse a la tienda MLC, El Encanto. Allí rompieron y allí zaquearon, en respuesta a las carencias de las que llevaban siendo víctimas durante más de 1 año y medio, en un pueblo en el cual no se puede comprar pollo, picadillo o aceite, sino en estas tiendas de moneda prácticamente inaccesible o a través de los revendedores, quienes adquieren estos productos en la capital y los venden allí a precios desquiciantes. 

A la 1 de la tarde, cuando los manifestantes bordeaban el PCC, Yandi estaba viendo un partido de fútbol. Salió unos instantes a mirar, y minutos después regresó. A las 4 de la tarde, la calle Cuba era una feria de ventiladores, batidoras y pomos de aceite y champú, y Yandi, desde la acera de enfrente, como narra el video, observaba. Nunca tomó una botella aceite, ni siquiera del aire.

A las 5 de la tarde, Yandi estaba en su casa con Nataly. El día 13, en las primeras horas de la tarde, el oficial Pupo de la seguridad del estado, en un operativo exagerado en violencia y premeditación, estaba apresando al muchacho de 29 años. Te voy a joder la vida, fueron las palabras que le dedicara Pupo antes de arrojarlo, a través de más de 16 manos, en uno de los cuatro carros que dispuso.

Ivis no vio a su hijo más hasta finales del mes de octubre. Nataly tampoco. Aun se preguntan qué pudo haber hecho Yandi para degustar aquella dedicatoria de Pupo. Suponen que el oficial, por los daños que recibiera en su motocicleta, buscó depositarios para su ira impotente, y que a Yandi, sin haber lanzado una piedra ni haber roto un cristal, le tocó tal encomienda, a falta de un victimario corroborado.

La Estación de Policía de Güira, la Unidad de Prevención “Reloj Club”, el Combinado del Este, y el Centro Penitenciario de Quivicán, han sido las casas de Yandi en el último año. La madre lo evoca y llora. La esposa lo evoca y se estremece. Los vecinos lo recuerdan, y se encolerizan. ¿Cómo termina un hombre inocente, acusado y enjuiciado a más de una década? Muchos lo mencionan, pero ni siquiera Julito tuvo la culpa.

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El día 6 de marzo, en el Tribunal de 10 de Octubre, comenzó el juicio a los 32 manifestantes de Güira de Melena. Desde atentado, hasta daños, desorden público y hurto, son las causas que más imputa Fiscalía provincial. En el caso de Güira, un video de 50 minutos, es la prueba madre para incriminar a los implicados.

Con esta evidencia fílmica, sumatoria de recortes de decenas de grabaciones efectuadas desde los celulares de agentes de la policía política, acusan a los manifestantes irrefutablemente. Las sanciones y remuneraciones económicas que pide la Fiscalía, son descabelladas. 

Ivis ha decidido no entrar a juicio; poco entenderá y mucho menos quietud logrará para sí y para su hijo. Nataly no ha entendido aún con qué base incriminan a su esposo, si en el video se le observa plenamente quieto, a metros de los alborotos. El tercer día de juicio llega y con él, los testigos.

Un amigo de la infancia de el Sungo, como le dicen en el barrio a Yandi, va al estrado. Nataly cree que va a declarar a favor, pero la realidad es demasiado surrealista para digerirla. 

Yo vi al Sungo tirarle piedras a la moto de Pupo, dice. Nataly se desconcierta. La defensa pregunta por la ubicación del testigo ese día. La distancia es descomunal; se entiende que es imposible que el testigo haya visto algo creíble. Luego de varias preguntas más, el testigo se descongela.

Yo estoy aquí porque el oficial Pupo me dijo que yo tenía que venir aquí a decir que el Sungo había estado en la protesta. ¿Quién es el oficial Pupo?, pregunta la defensa. Ese que está allá atrás.

La algarabía en la sala es inenarrable.

¡Infamia! ¡Yo a ese hombre ni lo conozco!, atina a decir el oficial en el acto.

¡Óigame, no sea mentiroso!, vuelve el testigo, usted me citó el día 16 para obligarme a venir aquí, y hablar de el Sungo.

Ya no hay como recomponer el orden. Alguien da la orden y el magistrado acata. Sacan al testigo de la sala, y al otro día los pueblerinos comentan que Julito abandonó Güira y se fue a Oriente. 

El día 12 de marzo de 2021, en sanción conjunta por los delitos de Desórdenes públicos, Sabotaje de carácter continuado, Atentado, Daños y Robo con fuerza, Yandi Hernández Montes de Oca, es sancionado, de 17 solicitados, a 13 años de privación de libertad, a cumplir en las instalaciones del Ministerio del Interior. También, por los daños que le adjudican, debe pagar 21 mil pesos cubanos.

El 17 de julio pasado, Yandi cumplió sus 29 años. Ni siquiera por tal razón le permitieron, ni a él ni a los más de 15 güireños que presentaron el recurso de apelación, personarse en su propio juicio. 

Nataly ha abandonado las esperanzas de la libertad, pero ni aún así, cesa de denunciar en las redes sociales el abuso cometido contra su familia. Teme que su esposo, quien se medica actualmente con Clonazepam, pueda tener una recaída como la que tuvo en la infancia, cuando pretendiera, a los cinco años, ahorcarse. Lo ve ilusionado y teme que no sea capaz de soportar el desengaño.

Su madre, por su parte, no ha hecho mucho más que llorar y reunir dinero para llevarle insumos dos veces al mes. Casi sin fuerzas, comenta otros post de Facebook que reclaman libertad para los manifestantes. Siente y sabe que su hijo es inocente, pero ni siquiera así, ha logrado arrancarle a la vida, la esperanza de que él será libre. Yandi, desde Quivicán, sigue desgajando el surco de la injusticia, de donde nadie cree que pueda sacar alguna ganancia, alguna fe o alguna luz, alguna merma.