Historias de Familias víctimas del 11J. El periodista independiente Manuel D la Cruz, realiza una serie de entrevistas a familiares de presos del 11 de Julio de 2021 (11J) con un acercamiento a sus vidas, y sus sentimientos. Es una invitación a hacer un repaso de sus casos, las violaciones a la que son sometidos y la sobrevivencia entre tanta impunidad y falta de justicia.
El 9 de julio de 2021, la tienda en pesos convertibles de Güira de Melena, El Encanto, seduce a los pueblerinos con una vidriera abastecida, mientras que las tiendas que venden en pesos cubanos, son cada vez más abadonadas en productos y actividad comercial. Los pobladores de la ciudad luchan para conseguir dólares en el mercado negro al menor precio posible, mientras que los poseedores de la divisa, pujan cada vez más fuerte en sus demandas. El 9 de julio el euro ha rebasado los 83 pesos cubanos en el mercado informal, mientras que el dólar americano llega a los 60 y el MLC, moneda libremente convertible, roza los 70.
A Mariana poco le importa la tasa de cambio que es ilustrada en El Toque. A su hijo Gilberto, menos aún. Ellos no tienen ingresos que le permitan comprar dólares en el mercado negro, y por lo tanto, no compran en El Encanto.
El 9 de julio de 2021 Gilberto de lo que sí está al tanto es de que le están quitando un yeso en su mano izquierda, producto de una fractura en la muñeca de hace más de un mes. En la noche, su mano está libre de nuevo. Débil, como su cuerpo enclenque, pero libre.
El 11 de julio, Gilberto está en casa de Brenda, La Pichu, como en casi todas sus tardes. Su hermana mayor le invita a almorzar, y él no se quiere perder la degustación de un arroz amarillo. Se arma revuelo en el barrio de La Guerrilla, y Gilberto camina y grita junto a sus amigos. No sabe por qué. No tiene claro para qué.
La mayor debilidad de Gilberto Castillo aquel 11 de julio no la padece su mano izquierda, menos aún su derecha. Su mente es lo más endeble de su cuerpo y espíritu. Gilberto es un joven que no sabe leer ni escribir. Tiene retraso mental severo. Su vocabulario es asombrosamente escaso; su conducta, infantiloide. A veces solía repetir, sin motivos o sentido, «yo soy un animal», mientras se palmoteaba en el pecho. Según los especialistas, Gilberto tiene el desarrollo mental de un infante de entre 7 y 12 años.
El 11 de julio, como casi siempre en la vida de Gilberto, el muchacho no sabe por qué hace lo que hace. Lanza, como viera hacer a muchos, dos piedras a la tienda en pesos convertibles del municipio, y luego, según uno de los vídeos que lo acusa, pone cara de espanto y se eleva las dos manos a la cabeza.
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Cuando Gilberto llegó detenido a Reloj Club, en julio del año pasado, a duras penas dijo su nombre. Gilberto sabe cómo se llama, pero no sabe donde vive. Sabe ir y venir por todo el reparto La Guerrilla, pero no sabe de calles, porque no sabe de letras. Gilberto no tiene primer grado aprobado, su retraso mental se lo impide.
En Reloj Club se perdió su expediente médico. Mariana, su madre, allí lo llevó en cuanto supo de su detención. Cuando semanas después el chico fuera trasladado a la Prisión de Menores Jóvenes de Occidente, conocida como El Guatao, los oficiales de este penal le dijeron a la madre que allí nunca llegaron los papeles médicos del muchacho.
A Gilberto lo sometieron a una sola evaluación psicológica. Fue llevado al hospital esposado, «mamá, como si fuera un delincuente». Le preguntaron su nombre y su dirección particular, y en la segunda de estas cuestiones el muchacho ya demostró a todas luces sus incapacidades. Nunca fue sometido a test serios ni profundos, menos aún a electroencefalogramas o pruebas complementarias.
Gilberto es un joven que ama las peleas de gallos, y sobretodo trabajar en el campo. Pasaba sus días junto al Pini y amigos del barrio. «No hablaba, era como alguien que simplemente estaba ahí». Zapateaba el barrio con su amigo Lázaro Yeison. Con él salió a las protestas. Con el compartió detención, juicio y meses en la Prisión de menores del Guatao.
«Mamá, usted tiene a un hombre ahí», le dicen a Mariana los colegas de causa en el centro penitenciario del Combinado del Este. Elogian que el muchacho está casi todo el tiempo callado, disciplinado; tal como en los callejones maltratados de La Guerrilla.
En la prisión de menores la historia fue distinta. Cinco veces se fue Gilberto a las manos con otros reclusos. Una vez en la cola para tomar agua, y las otras veces, por haber sido víctima de robo, desde jabones hasta su uniforme. En las cárceles de menores, según sus propios testimoniantes, el ambiente hostil es mayor al de las prisiones para adultos. Los pequeños reos van labrándose un nombre, para que su bullicio presidiario llegue como eco a las mismas cárceles a donde muchos de ellos habrán de llegar también cuando crucen la barrera de los 21 años.
Allí, a la prisión de menores de El Guatao, fue una sola vez el padre de Gilberto. «No voy más, que va. Yo no lo mandé a estar ahí», fue su dictamen al regreso de la visita.
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Gilberto Castillo Castillo fue acusado de desorden público, atentado y sabotaje, y sentenciado a 6 años de privación de libertad en marzo de 2021, junto a más de 30 manifestantes del municipio artemiseño de Güira de Melena. El abogado fue lapidario con los hechos: para el muchacho, por todas las condiciones explicitadas, pidió libertad inmediata. El juzgado no tuvo conmiseración alguna.
Desde la detención de Gilberto, su hermana mayor, de 27 años, comenzó a desarrollar un lupo violento, que la hace ver, al día de hoy, como una desgastada señora de cuarenta y más años. La madre, Mariana, ha postergado una necesaria operación para su vientre deshecho, y mientras ofrece su apoyo a su único varón de entre 4 hijos de diferentes matrimonios, su salud fenece. Mariana ya no puede sentarse en una silla de hierro, pues la matriz de su vagina, según ella misma afirma, la tiene completamente afuera.
Mariana camina dos cuadras y debe sentarse, fatigada. Sin embargo tiene que ir a las visitas de su hijo, y a diferencia de muchos otros familiares, la precariedad no le ha permitido en muchas ocasiones costearse un taxi directo. Entre sus pocas entradas económicas, está la que le facilita el hombre con el que vive, aunque «facilita» no es ni remotamente el verbo que yo debi haber usado.
El marido cobra caro la ayuda que ofrece, pero Mariana ha decidido soportarlo todo; tampoco es que sea la primera vez que es víctima de todo tipo de violencia conyugal.
Con 14 años un amigo de la familia abusó de ella, a sabiendas de su madre. Una vez desflorada, la niña podía servir de trueques amorosos para que la familia mejorara sus condiciones de vida. No importaban las hemorragias, mucho menos el parecer de la adolescente Mariana. «Si cooperas con los hombres entonces no te darán golpes», le decía su mamá.
Mariana sufre desde aquel entonces todo tipo de padecimientos en el interior, y a esto se le añade una incipiente ceguera de un ojo, y un quiste maligno en su hígado. Los huesos también le están dando quehacer. El infortunio como siempre, haciendo leña de árboles deshechos.
La menor de Mariana no conoció pastel en su último cumpleaños, y si Gilbertico pudo comer un trozo de carne en la primera visita de diciembre, fue por Ana Mary, madre de la también manifestante y presa por el 11J, Brenda Díaz.
A Mariana quisieron disciplinaria quitándole las visitas de su hijo en la prisión de menores durante un año. Ella había logrado entrar en teléfono en aquel entonces, y fotografiar a su hijo. La imagen, harto compartida en redes sociales, traumó a las personas afines a la causa de Cuba. Un niño de 19 años, con retraso mental severo, había sido condenado a 6 años de privación de libertad. Así conocimos la historia de Gilberto Castillo.
«A mi nadie me revisó al entrar, y yo no sabía que no podía entrar el teléfono», se excusó la madre. El revuelo que causó todo aquello, con las implicaciones mediáticas del suceso, hizo que los oficiales penitenciarios desestimaran el castigo. En la próxima visita Mariana introdujo nuevamente el teléfono, y al salir, les echó en cara a los guardias su incompetencia.
Mariana me pide que vea sus zapatos. «Tengo estos y porque los recogí en la basura». Mariana atropella las palabras, las corta, y la idea que quiere nacer termina muriendo joven, sin hacerse validar ante mi. Yo debo terminarle las frases, o también lo hace Ana Mary nuestra anfitriona. Mariana tambien tiene problemas psicológicos y algún retraso. Nada asombroso en una mujer que ha sido depósito de traumas domésticos desde su niñez.
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Finalizando la entrevista, llega una llamada de un vecino. Le alertan a Mariana que su hijo llamó de la prisión para decir que le habían otorgado el beneficio de trabajo correccional, el famoso «campamento». Mariana se lamenta no haber podido hablar con su hijo esa vez. «El singao de mi marido no me quiere dar el teléfono y entonces tienen que darme el recado por otro lado».
Mientras el cuerpo de Mariana da compases desesperados pidiendo atención médica urgente, Gilbertico sobrevive sus días en el Combinado del Este, recibiendo amitriptilina una vez en la mañana, y una en la noche. Todos los reclusos se preguntan qué hace ese muchacho allí, ese muchacho noble, ese muchacho al que ellos incluso, deben marcarle el teléfono para que haga una llamada, pues Gilbertico ni siquiera distingue los números. «No sabía sumar cinco más uno. No sabia», nos dijo el Pini.