Por Manuel D la Cruz
A nadie le gusta que le tiren fotos sin su consentimiento. Ni siquiera a la mayoría de los artistas. Es violatorio a tu voluntad. Puedes salir en una pose no convencional, risible, y en el peor de los casos no tienes seguridad del destino o uso final de dicha fotografía. O si no, preguntémosle a Yussuan Villalba cómo se sintió a las 10 am del 14 de julio del 2021, cuando escuchó venir desde sus espaldas el indiscreto sonido de un flash. ¿Para qué Yesenia, su vecina del primer piso, le habría hecho aquella foto? Él simplemente conversaba con un amigo en los bajos del edificio multifamiliar donde vive con su esposa hace más de 4 años.
Esa no sería, penosamente, la única interrogante de ese día para Yussuan ni para su esposa Yeni.
Pasadas las 6 de la tarde ya todos en casa se habían bañado. El último en hacerlo había sido el mismo Yussuan. Frente al espejo del baño, mojado y desnudo, afeitaba su barba. En la espaciosa sala, Yeni cargaba a la pequeña de dos años, Yeily, quien esperaba ansiosamente, como cada tarde, a que «su príncipe» saliera del baño para jugar con ella. Un toque a la puerta encendió la duda.
El edificio San Indalecio # 651 de Santos Suárez, ubicado entre las calles Correa y Encarnación, tiene un enrejado común, al que solo pueden acceder los vecinos que allí viven. En el caso de las visitas, suelen hacen saber a sus anfitriones con antelación que se dirigen a sus apartamentos, y una vez abajo, vocean, o en la versión más convencional, hacen una llamada telefónica para indicar la llegada. La duda se hizo mayor porque el apartamento de Yussuan y Yeni es el último del piso superior. Nadie llega ahí sin avisar antes.
¿Quién es?, preguntó Yeni. La luz, respondió la voz detrás de la puerta. ¿La luz? ¿A esta hora? ¿Si la luz siempre viene por la mañana, y nunca después de las 4?, se preguntó para sus adentros Yeni, más extrañada aún.
¿Quién es, mi amor?, gritó con la cara enjabonada y el ceño intrigado Yussuan. Dice que la luz, contestó la escéptica Yeni. La misma duda de la esposa invadió entonces el baño. Al fin de cuentas, no quedaba otra opción. Había que abrir la puerta por si de verdad era el cobrador de la electricidad…
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En Agosto del 2021 la familia de los Villalba y Gonzáles sufrió la fuerte noticia. El anuncio de que a Yussuan Villalba Sierra le habían imputado los delitos de desorden público, daños y atentado, por los cuales Fiscalía Provincial le pediría entre 1 y 5 años de privación de libertad, arrasó con violencia en la familia. La felicidad de cada uno de ellos, azotada desde el pasado julio, se vio entonces más desolada que los techos de su propio edificio de Santo Suárez tras el tornado de enero de 2019. Ahora, en este agosto, se cumplía solo un mes desde que sus vidas se hubieran iniciado en un novelezco e infortunado capítulo; una película de horror protagonizada por oficiales de la seguridad del estado, policías, estaciones de la PNR, acusaciones y promesas de un lúgubre futuro.
Cupo en julio la posibilidad de que Yussuan viviese los juicios sumarísimos que se dieron por aquel entonces en La Habana para muchos de los manifestantes. Su única acusación en julio de 2021, según dijera a Yeni y a su suegra Ania un instructor de la policía, era desorden público, por la cual, con casi total seguridad, Yussuan sería enviado a trabajo correcional sin internamiento, por un período no mayor de un año o año y medio. Pero ahora tanto Yussuan, por primera vez detenido, como su esposa e hija, quienes visitaban por primera vez la Estación policial de 100 y Aldabó, se enfrentaban a un quinquenio tenebroso, indigesto para sus posibilidades y sueños como familia. Desdichadamente las malas noticias llaman a otras aún peores.
En ese agosto nadie le hubiese dicho a Yeni que octubre podía ser peor. Quien se le hubiese acercado con tal augurio hubiese sido en el mejor de los casos azorado. Ania lo recuerda y aún se estremece. «Mamá, me voy a dar un sogazo aquí», fueron las palabras de Yussuan el 22 de octubre de ese mismo año. No era para menos.
Yussuan había tenido que soportar inenarrables vejaciones en los 40 días que pasó detenido en 100 y Aldabó. El testimonio de centenares de familiares afina microscópicamente. La prohibición de ver a sus hijos, esposos o hermanos detenidos, bajo la excusa de medidas preventivas relacionadas al Covid, muestra la veracidad en los criterios de ambas partes: los manifestantes detenidos eran recibidos por una turba de oficiales con la orientación de estremecerlos con golpizas y torturas humillantes, y no podrían recibir visitas de sus familiares, hasta que la inmensa mayoría de las lesiones fuesen ya invisibles.
El caso de Yussuan no discordó en nada. Al mes de estar detenido, y sanos ya la mayor parte de hematomas y dolores, pudo ser visto por su esposa.
Ese día Yeni recibió también la noticia de que su marido había agarrado allí dentro el muy mentado virus, y ni siquiera atención médica le habían brindado. «El me llamó como a las 2 semanas, y me dijo que le habían dado muchos golpes. Y me dijo también que no sentía sabor y que le dolían mucho los huesos. Le dije que pidiera que le hicieran un test y se lo hizo. En la visita me explicó que el mismo día que llegó allí le habían hecho una prueba de covid también pero que le había dado negativa, es decir que lo cogió allá dentro. Despúes yo até los cabos: un día fui a la estación preguntando por el instructor de él, y me dijeron que estaba en su casa porque tenía covid. O se lo pegó el mismo instructor, o algunos de los detenidos»
El 9 de octubre, Yussuan rogó que le dejaran llamar a su esposa. Era el cumpleaños de su pequeña princesa. Uno de los guardias fue condescendiente. Las lágrimas de Yussuan al teléfono, poca cosa serían en relación a las que luego habrían de ser desparramadas.
En octubre de 2021, en una jugada polémica y sin ánimos de mostrar madurez política, el gobierno de Miguel Díaz Canel permitió que, sobre más de 120 manifestantes de diversas provincias de la Isla, Fiscalía añadiera el cargo de Sedición. Las peticiones fiscales se elevaron grotescamente: triplicadas fueron y hasta cuatriplicadas. Ese 22 de octubre, viernes común de otoño, Yussuan, su madre y su esposa, desearon la tristeza inicial por los cinco años. Extrañaron la primera desgracia una vez acaecida esta. Ante ellos se presentó entonces un monstruo de dos décadas de encierro.
El 22 de octubre Yussuan sacó sus cuentas. «Cuando yo salga de aquí, mi niña tendrá 22 años.» Pidió hacer una llamada telefónica y esta vez marcó el número de Ania. Estaba decidido a quitarse la vida…
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A partir de la detención de Yussuan Villalba Sierra, casi al borde de sus 31 años de edad, las penurias cayeron sobre la casa como fichas de dominó. Yeily, la más fragil de la familia, fue la primera en recibirlas.
Ania finalmente había logrado convencer a su hijo de que valía la pena luchar: en casa una pequeña de casi 3 años de edad hacía a su papi en el campo, recogiendo papas. A los meses, Yeni tuvo que ir cambiando la papa por boniato, y luego por plátano, pues la pregunta de la niña exigió una salida inteligente. «Mami, si mi papá está trabajando en el campo recogiendo papas, ¿por qué yo no veo papa en la calle?».
Las preguntas ocurrentes de Yeily, bastante reflexivas para su edad, dejan escapar una risilla en los adultos que las oyen. «Que niña tan graciosa», se pudiera comentar. Pero la verdad sigilosa es que hay algo terriblemente malo dentro: un padre ausente, una nostalgia sin fecha de caducidad, un engaño que busca perpetuarse en la inocente cabecita de una niña de 3 años. A pesar de esto, uno se ríe. Esta risa es más escalofriante que cualquier pintura de Vincent Castiglia, el neoyorquino que representa en sus lienzos el rojo sangre, con su propia sangre.
Yeily es una niña partida al medio por una fecha: el 14 de julio de 2021. La psicóloga le llamó estrés post traumático. La niña que vino después de aquel terrible miércoles, la de las preguntas capciosas, estuvo 15 días continuos rechazando todo intento de comida. Yeni logró empujarle al menos algo de leche y puré, para que no se le desvaneciera, pero esta Yeily jamás ha vuelto a ser la del buen apetito que fue alguna vez, como tampoco conserva la estructura física saludable con la que antes se engalanaba ante sus abuelas.
La Yeily de ahora, que ya arribó a los 4 años, es una niña un tanto agresiva en su círculo infantil. La de ahora vuelve a hacerse pipi y caca cuando mami le dice que, por una razón de peso, no puede ir a la próxima visita de su príncipe. La Yeily de antes, enérgica y curiosa, devino en una niña que no puede ver en la calle a un oficial uniformado, sea de azul o de verde, más cerca o más lejos, que comienza a dar gritos de pánico y a llorar. «Mami, los policías son malos».
Yeni también tuvo que reestructurar su vida. Mientras atendía especialmente a su hija, con dosis mayores de cariño y paciencia, no podía perder la esperanza de encontrar un trabajo.
Que BrasCuba no la considerara para ser una futura operaria de la empresa, tras las rigurosas investigaciones en las que salió a la luz su «delicada» situación política, no la podía desanimar. Siempre quedaba la Escuela Primaria Raúl Ferrer, ubicada a pocas cuadras de su casa, la cuál ofertaba plaza de auxiliar pedagógica, cupo al que podía aplicabar holgadamente Yeni Gonzáles. Y en caso de que la rechazaran por las mismas razones, tal y como finalmente pasó, iría a descansar al pie de la Iglesia Católica La Milagrosa, en donde buscaban una secretaria.
Allí, en la esquina de la calle Santo Suárez y Paz, a donde fue con sus últimas esperanzas y sospechas a buscar más que un trabajo, un milagro, le colmaron su cádiz de angustiosa indefensión. ¿Por las mismas razones? No hay Dios que convenza a la joven Yeni que no.
«Más nunca vas a volver a ser persona», le habían prometido a Yussuan al llegar a la Prisión de Vallegrande. Pero Yeni, en sus pasos, había estado siendo encapsulada por la misma maniobra explicada a su esposo aquel día, de la cuál, en los momentos de su incesante búsqueda laboral, no tenía conocimiento. «No vas a poder tener más nunca un trabajo. Ni tú, ni tu mujer». La suerte de Yeni ha ido encontrando descanso y bastón en su madre, y en su suegra, que es también como su madre.
En esta desgraciada novela habanera, Ania es la Noemí bíblica que acoje a Rut, su nuera, como hija. En esta versión de Santo Suárez, ambas se han acompañado en cada angustia y en cada esfuerzo para lograr llenar el saco mensual que le llevan a prisión a Yussuan. Se turnan con Yeily. Se reparten las malas palabras en las quejas diarias y los flacos bistecs de los fines de año. Esa fecha, dicho sea en este punto, fue acogedora y llena de arbolitos y música festiva, por última vez, hace más de 2 años. Desde entonces, las mujeres de esta familia le huyen.
Ania rechazó la hipocresía de cada funcionaria que se presentó en su casa, ubicada unas cuadras más hacia el Cerro desde el edificio de su hijo, en San Indalecio 651. Ya hubiesen venido representando al Poder Popular o a la Federación de Mujeres Cubanas, a todas les dijo igual: «Respétense señoras. Yo no quiero ayuda ninguna. Mi hijo está preso injustamente. La única ayuda que yo quiero es que me lo suelten ya»
El 23 de octubre de 2021, Yussuan Villalba Sierra llegó a la Prisión del Combinado del Este con una petición fiscal de 20 años de privación de libertad, sin una esperanza de juicio cercano, y con un expediente atestado de humillaciones a las que jamás había sometido en vida.
Pasó su primer cumpleaños en prisión, y no tuvo ánimos ni siquiera para llamar por teléfono a su familia. Ninguna alegría le reportó su arribo a los 31 años.
Yeni ha tatuado una imagen de la Patrona de Cuba en su brazo, mientras su esposo lleva a Babalú en el suyo. Mientras Yussuan está en Valle Grande, pidiéndole a San Lázaro que tenga misericordia de él y de su casa, Ania vigila a Yeily, que prefiere jugar en la sala, sola, porque su padre no está para acompañarla como siempre. «Ven a jugar para el cuarto», le repite una y otra vez la abuela. Los pedazos de techo no tienen como anunciar sus decesos, y un golpe en la cabeza, de unos de estos trozos enormes de cemento, podría ser mortal para la pequeña.
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El 31 de enero de 2022 comenzó, en el Tribunal Provincial de 10 de octubre, el juicio a los 33 manifestantes de Toyo, famosa esquina de dicho municipio. Entre ellos estaba Yussuan Villalba Sierra, según su expediente legal, como autor intelectual de la protesta. Cinco días duró uno de los juicios más mentados y polémicos de los últimos años en Cuba.
Pródigo en represión, episodios de violencia física contra los familiares de los presos, detenciones arbitrarias de activistas independientes y procedimientos descabellados, los presentes allí declaran no haber vivido nunca algo semejante. Ese día, según el criterio de la totalidad de los familiares y los allí enjuiciados, no solamente murieron todas sus esperanzas, sino que detallaron la injusticia tal y como se despierta en la mañana, sin caretas ni maquillaje.
La defensa de los abogados, según los mismos familiares, fue inmejorable. Abogaron por la libertad sin causa de muchos, y apelaron, más que a la conmisceración, al racocinio y ética profesional de los jueces. «Señoría, con todo el respeto que usted se merece, le pido que cuando tenga un tiempo libre usted se estudie el Código Penal», le reclamó incluso uno de los defensores a la propia jueza, Liliam Fernández, al verla perder totalmente el tino.
Los policías fueron arrastrados omo ovejas obedientes al estrado, evidentemente llevando en su cuello el cayado de la Seguridad del Estado. Ninguno sabía lo que iba a decir, según han confesado los familiares presentes. Y es algunos de estos autómatas, esclavos de instintos sinceros o ingenuos, no tuvieron ni siquiera la capacidad de ajustarse a la narrativa orientada. «Yo no ví quien tiró piedras y quien no». «Sí, yo sé que estaban tirando, pero era de arriba de los edificios, y este ciudadano estaba de frente, no arriba», fueron algunos de los deslices dramatúrgicos de los oficiales.
El video que incrimina a Yussuan, de pocos segundos, le muestra agachándose al suelo y recogiendo algo. Y sí, uso la palabra vacía «algo», porque al día de hoy, nadie ha podido determinar qué recogía, si es que llegaba a recoger ese algo finalmente. Encima de esta escena inconclusa a 144p, se elaboró un cuento con la magistralidad de un prodigio o un demente.
Se asumió que aquel algo fue una piedra, y sobre esta presunción, se dijo que la piedra fue lanzada, y para finalizar el guión, que la piedra incluso hirió a alguien, a un oficial. Por suponer, se supuso que esta operación se debió repetir en varias ocasiones. En esta hiperbólica sala, se tanteó incluso con la idea de que cierto coronel del Ministerio del Interior, fallecido por complicaciones relacionadas a un trombo, ocho meses después del 11J, podía haber muerto a raíz de una pedrada de alguno de estos 33.
No fue determinante, ni para Yussuan ni para los otros 32 acusados, que testificaran a su favor incluso presidentes de organizaciones progubernamentales como el CDR. Estos compañeros que siempre se atañen a la pureza y al heroísmo de la revolución, y que aparecieron aquí, contradijeron las declaraciones de la parte acusadora.
De nada sirvió. Las condenas, según creen los familiares, estaban orientadas con antelación. No eran condenas, sino escarmientos. Juicios ejemplarizantes. Las peticiones fiscales estuvieron en un rango entre los 13 y 25 años. Las penas de cárcel, anunciadas en el marzo posterior, quedaron practicamente en este mismo diapazón.
Los 20 años que Fiscalía Provincial exigía para Yussuan Villalba fueron reducidos a 18. Meses después, para refrigerio a una familia que no avisoraba otro horizonte que la desolación de un desierto, el juicio de apelación redujo a 10 años la sentencia del mismo. Una herida, que aunque menos dolorosa, seguía igual de sangrante.
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La hermana menor de Yeni, Lorena, es quizás la más intempestiva y contestataria de la familia. Mientras su cuñado Yussuan estaba en Valle Grande, ella estaba comenzando su 10mo grado en un preuniversitario del Minint. Simpatías con el gobierno revolucionario tenía ninguna, pero «la cosa estaba muy mala y la comida allí dentro estaba muy buena». La carrera le había sido otorgada cuando en la familia no había ningún preso político aún, ni siquiera Cuba había pasado por un 11J. Pero en ese 10mo grado, su racionalidad y templanza fueron puestas a prueba.
«A todos esos del 11 lo que debieran es fusilarlos», tuvo que escuchar de una profesora. Lorena, típica adolescente, esgrimió sin temor sus argumentos en cada momento que consideró propicio. «Profe», le preguntó en otra ocasión, «¿cómo si hay bloqueo pueden llegar productos a Cuba?. ¿No será que lo que hay es un embargo?»
La ironía en la punta de la estocada hirió. Pero no fue la única vez. Avanzado el primer y último de sus cursos en esta escuela, como parte de la preparación que le dan a los futuros oficiales de la contrainteligencia militar, se organizó una feria sui géneris. Lorena y todos sus compañeros pudieron degustar una exposición de manualidades provenientes de las prisiones de la capital. Punzones, inyectores y todo tipo de objetos pérfilo cortantes fueron mostrados en unas cuantas mesitas. «Profe», volvió a la carga Lorena, «¿por qué no ponen también los dibujos de los presos y todas las cositas artesanales bonitas que ellos hacen?»
La baja se la tuvieron retenida durante un tiempo. «Piénsatelo bien», le decían. «No tengo nada que pensar. No quiero estar más aquí», era su coro una y otra vez. «¿Cómo voy a estar yo comiendo aquí bueno, y mi cuñado arroz y chícharo?», pensó.
En la actualidad chícharos es lo que menos come Yussuan en el Combinado del Este. El agua en la que hierven el boniato es la sopa que con más frecuencia le dan. Dice Yussuan que el picadillo está podrido, que tiene peste. Sin embargo, es lo que hay, lo que más hay. Pollo y salchicha también, pero eso es para que los oficiales de prisión se lo lleven a su casa, según ha podido constatar Ania en las visitas. «Doy lo que no tengo para que me dejaran filmar aquello. Todos ellos saliendo con jabas y jabas de pollo y de de todo, mientras mi hijo y todos ellos allá adentro cogiendo diarrea por el picadillo ese que está podrido», nos dice Ania.
En el Combinado del Este solo pueden entrar abrigos blancos o grises sin letras. A Annia le han impedido otras modalidades en varias ocasiones, a pesar del frío que golpea en estos parajes, y a pesar de que Villalba es asmático. A este padecimiento ha sumado, allí dentro, una hipertensión, y varias afecciones dermatológicas. Producto del estrés al que está sometido este «tirapiedra» (como le llaman los guardias a los presos del 11J) Yussuan está comenzando a desarrollar un vitiligo.
Mientras Yussuan se niega a formar parte del coro musical de prisión, con el chantaje de que si le canta a la Revolución tendrá más horas de visita conyugal, Yeni arregla el techo de su casa, con un sacrificio inenarrable. Debe hacerlo ella, porque del exterior del edificio, se encarga una brigada. Esta brigada, por indicación del Gobierno Provincial de La Habana, llegó en octubre del 2022 a reparar la fachada del edificio multifamiliar de San Indalecio 651, destrozado por el tornado que azotó a La Hbana, en enero de 2019.
Cuando esta brigada concluya la reparación externa, que según Ania avanza al mismo paso de Cuba, cada uno de los 8 apartamentos deberá abonar en el banco, la suma de 40 mil pesos cubanos. «¿Pero no era que este tipo de indemnización por desastres naturales las debe costear el Gobierno?», inquiero indignado. «Sí, así es, pero el Gobierno dijo que el Estado no tenía materiales para dar, así que ese dinero es para adquirir los materiales. Lo que no sé es que si el Estado no tiene los materiales, con esos 40 mil pesos a quién se los está comprando.»
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Yussuan descubrió el uso final de aquel flash invasivo de la mañana del 14 de julio en las oficinas de 100 y Aldabó. «¿Pensaste que no te íbamos a coger, verdad? Lo que tu no sabías era que te teníamos fichado». Yussuan entonces entendió que la captura de Yesenia pasó a manos de Idennis, su marido, oficial de la policía. El dueño del alquiler donde vivía la pareja, reo también aunque no con motivo del 11J, mandó a su padre a que los expulsara de allí un tiempo después.
Mientras aquella tarde Villalba se afeitaba y pensaba en qué hacía un cobrador de la luz en aquella hora por su casa, la Seguridad del Estado estaba lista la operación. «Como si fuera un mafioso, como si fuera Pablo Escobar», nos dice Yeni. Cuando la joven de 27 años abrió la puerta, los más de 8 oficiales vestidos de civil no pidieron permiso para entrar, ni se inmutaron porque la madre tuviese una niña pequeña en sus brazos. La empujaron del medio. La niña comenzó a llorar. Se dividieron en dos grupos de 4, y le entraron al baño por las dos entradas que daban hacia él. A patadas y piñazos lo fueron arrastrando escaleras abajo. Yeni, con una Yeily de 2 años, en brazos, y en un pánico evidente, filmaba y les gritaba lo que podía.
Cuando uno de estos oficiales volvió la vista, y detalló la realidad de la filmación, le permitió a la esposa que le entregara ropa para vestir al esposo, que en ese instante, estaba siendo lanzado a una camioneta, totalmente desnudo y con restos de espuma en el rostro aún.
Los presos del 11J, Operación Dignidad, como se les ha llamado en los centros penitenciarios, están encerrados en un limbo donde no se les reconoce aún como presos políticos, a pesar de que sobre muchos de ellos pesa la causa de Sedición, o en su defecto, delitos contra la seguridad del estado. En el Combinado del Este, cuando se hacen actividades político culturales por la visita de altos oficiales de las FAR y del Minint, u organismos internacionales, la comida es la mejor, y los presos del 11J, los tirapiedras, son encerrados en sus galeras y se les impide participar o atestiguar el espectáculo.
Yussuan conoció en el Combinado del Este lo que era una celda de castigo. Una prisión dentro de otra más grande, y siguiendo la metáfora, dentro de otra aún más grande llamada Cuba. Preparada para doblegar a los indomables, ni siquiera Yussuan, que mide 165 cm, logró erguirse físicamente del todo en esta caja . Estos escasos metros no tienen ventanas por donde pudiera entrar la luz, como para que tampoco venga de afuera una esperanza. Por una rendija le pasan los alimentos a los castigados, sí, porque estas celdas llegan a recibir hasta a 4 condenados a la vez.
A los primeros días de estar confinado al castigo, Yussuan había caminado centenares de metros en solo dos losas de suelo. Muy pronto empezó a perder fuerza en sus pies. Muy pronto, se desplomó. En la enfermería a nadie asombró el inválido; era muy familiar la causa. El reo no puede erguirse, no puede estirar sus pies, por lo tanto, sus músculos se van atrofiando lentamente hasta la invalidez. El temporalmente discapacitado Yussuan, fue enviado de nuevo a la celda de castigo. «Tranquilo, no te vas a quedar inválido para siempre. Cuando salgas de ahí vas a empezar a caminar de nuevo»
Yussuan Villalba Sierra es un joven de 32 años que lleva en su mente cada detalle de la injusticia que han vivido él, su familia, sus compañeros de causa y sus familiares. En su pecho lleva tatuada la causa de Cuba, la causa del 11J. Literalmente.
«Villalba, vírate ahí. ¿Qué dice ese tatuaje que tienes en el pecho?». Patria, Vida y Libertad. En el lado del corazón. Como si él no fuera dueño de su cuerpo, siete días en una de estas cajas de castigo le cayeron por las tres palabras escritas en su piel. Como si 10 años de prisión no fueran suficientes por llevar estas mismas palabras tatuadas en su propia vida.