Historias de Familias víctimas del 11J. El periodista independiente Manuel D la Cruz, realiza una serie de entrevistas a familiares de presos del 11 de Julio de 2021 (11J) con un acercamiento a sus vidas, y sus sentimientos. Es una invitación a hacer un repaso de sus casos, las violaciones a la que son sometidos y la sobrevivencia entre tanta impunidad y falta de justicia.
Si el minuto cero de aquel sinigual día en Cuba lo protagonizó el artemiseño pueblo de San Antonio de los Baños, al municipio de Güira de Melena, colindante con el primero al sur, se le debe adjudicar ser la segunda ficha de dominó del efecto que se vivió en las manifestaciones nacionales de ese día.
Las redes sociales no lo documentaron así, simplemente porque los pobladores de Güira no subieron videos ni dieron noticias de que estaban en la calle, sino mucho tiempo después de haberlas tomado.
Las protestas de Güira de Melena comenzaron, como un ingenuo y pretencioso fósforo, a los pocos minutos de pasadas las doce meridiano, justamente en el portal de la casa de Olga Álvarez, en el empobrecido reparto de La Guerrilla.
Dos mujeres -una cís y una trans- dieron inicio a las protestas en Güira: Olga Álvarez y Brenda Díaz, la Pichu. Dos mujeres que jamás imaginaron que salir con sus calderos a la acera, en pleno apagón, resultaría en la protesta antigubernamental más grande que hubiese vivido el municipio, de las más estruendosas que vivió el occidente del país.
Horas después de que Brenda y Olga hubiesen tomado sus calderos, la sede del Partido Comunista del municipio, la del gobierno, y la estación de policía, habían escuchado las consignas de miles de manifestantes. Los manifestantes también, habían abarrotado la calle Cuba, el parque, y habían protestado más intensamente en frente de las tiendas en moneda convertible.
Año y medio después, el saldo de multados y con expediente abierto de julio a diciembre de 2021, entre ellos la misma Olga, sobrepasó los 50. La cuota de juzgados y prisioneros, entre ellos Brenda misma, llegó a 33.
Olga Álvarez tiene 42 años y es una mujer difícil. Las autoridades de Güira lo saben bien. Vive en pobreza extrema y se ocupa, además de dos pequeños de 2 y 4 años, de un tercero, de 21, encarcelado luego de las protestas.
Su nombre es Lázaro Yeison Cecé Álvarez, y fue condenado, teniendo solo 19 años, a 6 años de privación de libertad. Su crimen fue lanzar tres piedras a la tienda en pesos convertibles del municipio. Sus cargos: atentado, desorden público y sabotaje de carácter continuado.
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«Por supuesto que yo cogí el ventilador», le respondió Olga a los policías días después del domingo 11. El guardia, extrañado, indagó más. «Claro que lo cogí sí eso ahí era una piñata». Su gracia le fue en el acto recriminada.
¿Cómo no cayeron al piso? ¿Cómo salió de la tienda ese ventilador, supuestamente lanzado, y no cayó al piso?, eran las dudas del oficial.
«Había una muchedumbre ahí. Yo no entré en la tienda, había gente sacando las cosas. Ya le dije, eso era una piñata. El ventilador no vio el piso. Fue de mano en mano y llegó a mí, y yo por supuesto que lo cogí. Pero tranquilo mi negro, ¿tú quieres el ventilador? Ahora mismo yo te lo traigo.»
Horas después Olga entregaba el dichoso ventilador y filmaba una multa de dos mil pesos. En ese mismo momento se le creaba un expediente judicial por apropiación indebida, que estaría abierto durante seis meses. En esos seis meses debía mostrar una conducta social intachable, y asistir a una reunión mensual en la Casa de los Combatientes de Güira, donde rendiría parte de su proceder habitual.
La noche del 11 de julio aquel ventilador no se encendió por falta de fluido eléctrico. En esa misma madrugada, en casa de la madre de Olga, de 73 años, dormía Lázaro Yeison. A las 5 de la mañana, oficiales de la policía irrumpieron grotescamente el hogar, e ignorando los gritos de terror de la abuela, se llevaron por la fuerza al muchacho.
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El 11 de julio de 2021 Yeison se encontró con su madre cuando los más de tres mil manifestantes pedían libertad en las afueras de la sede del Partido. «Mamá, ten cuidado esta gente no te den un golpe». Olga había salido de La Guerrilla, junto a Brenda y los pobladores del reparto, caldero en mano, hacía ya más de una hora.
De la sede del Partido fueron hacia la de la Asamblea del Poder Popular, a reclamar medicinas, alimentos, electricidad, pero más fervientemente, libertad. Junto a Olga marchaba Luisa, una funcionaria del gobierno, en el mismo tenor y con el mismo propósito. Luisa fue fotografiada y poco tiempo después, expulsada de su puesto de trabajo.
La sede del gobierno fue el segundo lugar visitado por los manifestantes, quienes determinaron al poco tiempo, y dada la aparente tolerancia de las autoridades, dirigirse a la sede de la policía.
Allí los tomó por sorpresa la hora cuarta de la tarde. Los presentes no lo sabían, pero justo en ese momento, estaba apareciendo en televisión nacional, en trasmisión conjunta, el presidente de la República. Díaz Canel hacía ahí un llamado tangible a la violencia, orientando la represión policial para reducir las protestas.
Por esta razón, el acaloramiento comenzó justamente allí. «Los policías venían para nosotros con tonfas y comenzaron a dar golpes a los manifestantes», comentaría posteriormente en una directa de Facebook la opositora y también manifestante del mismo municipio, Lizandra Góngora, quien también cumple sanción por los sucesos de ese día.
Huyendo de aquello y como forma de protesta, los empobrecidos pobladores del municipio se presentaron frente a la tienda en moneda convertible de la ciudad, y tomaron de allí, según lo que explica Góngora en la misma directa, lo que estimaron que «eran donaciones al pueblo» y que el gobierno les vendía, incluso, en una moneda en la que no les pagaba.
De los más de tres mil manifestantes de Güira de Melena, 33 fueron juzgados a principios de marzo de 2022. Noventa y ocho videos de distinta duración fueron usados en el juicio. En ellos identificaron a «los tirapiedras», como se les nombra comúnmente en las prisiones a los partícipes de la protesta, y los sancionaron por delitos que van desde atentado, sabotaje, sabotaje de carácter continuado, robo, robo con fuerza, desorden público e instigación a delinquir.
Lázaro Yeison, juzgado a seis años, está entre los más jóvenes de los sancionados. Luego de estar detenido varios días en la Unidad de Prevención de Boyeros, Reloj Club, pasó a la Prisión de Menores El Guatao. Al cumplir la mayoría de edad, el pasado 23 de septiembre, fue trasladado a la pisión habanera numerada como 1580, anteriormente conocida como El Pitirre.
Allí le visita mensualmente su padre Starlin Cecé, para dejar que la madre se ocupe de los dos pequeñitos hermanos de Yeison, José Luis y Sofía. Starling ha desarrollado vitiligo producto de todo el estrés. De allí le vio salir a una visita, hace no mucho tiempo, con los labios morados del frío. Yeison, en plena crisis de asma, le orientaron bañarse con agua fría. Cinismo de carácter continuado.
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A Yeison en El Guatao le decían «la ética». Era, según las claves duras de una prisión de menores, un «chamaquito correcto». Quizás por eso lo pusieron a trabajar prontamente en la cocina, con su socio de causa, Gilberto Castillo. «En la calle ellos eran íntima y blumer», se refiere sobre ellos Mariana Castillo.
En la cocina duraron lo que dura la comida carcelaria en el estómago de un reo. Solo bastó que los altos funcionarios del centro oliesen que sus «tirapiedras» estaban en este puesto -de los más apetitosos en prisión- para dar posición anterior al beneficio. La justificación servida fue absurda. «Esos muchachos le van a echar algo a la comida»
Inicialmente sobre Yeison pedían 13 años de privación de libertad. Querían sumar a su expediente el cargo de atentado. La moto del oficial Pupo había que pagarla; una moto que resultó caída y golpeada por una piedra aquel 11 de Julio. La inmensa mayoría de los 33 procesados fueron juzgados en una sanción conjunta que inlcuía el cargo de atentado, por la dichosa moto. Rumoran en las calles de Güira que el autor de la pedrada goza su libertad.
Yeison sufre crisis de asma en prisión y sus hermanitos enflaquecen en casa. Olga no sabe ya que hacer para mantenerles. Y por si fuera poco, debe permitir que vengan oficiales de policía a su casa, a decomisarle las botellas de ron, los cigarros y los jabones, que vende en una discreta y oculta mesita. Hace poco tuvo que pagar otros dos mil pesos. Al llegar a su deterioradísima casa, ni siquiera los guardias querían llevarse los productos. «Nos da pena, imagínate, pero esto fue un chivatazo», le dijeron a modo de disculpa.
Para Olga, como para millones, la revolución se escribe en minúsculas. «Ven a mi casa para que veas lo que me ha dado la revolución, para que veas que cosas tengo yo para agradecerle», dijo en una ocasión en plena estación policial.
En otra ocasión salió para la sede del partido, quien para ella también debe escribirse en minúsculas, con un jarro de aluminio que embasaba un litro de leche cortada. «Pero, ¿vino buena a la bodega?», le preguntó un funcionario. «Claro que vino buena. Se cortó por el clase de apagón que metieron ayer. Porque La Guerrilla es el reparto de Cuba donde más tiempo quitan la luz»
La miraban con temor, la conocían. «Ahora mismo a mí me tienen que dar leche para mis hijos, o vamos a ver cómo termina esto». Del partido la mandaron para una clínica veterinaria, donde le gestionaron la leche que según ella, con más gusto se tomaron sus nenes.
Jose Luis se divierte con una cámara fotográfica de juguete, con sus manitas afectadas penosamente por la escabiosis, mientras la pequeñita Sofía me observa atencon recelo. La abuela de los pequeños sonríe, como perdida en el tiempo, y vuelve de un momento a otro a la conversación que tenemos en la sala de su casa. Olga regaña a sus niños, que juegan con otros del barrio, descalzos. Están tirando piedras a una pared de madera que funge como portada de la casa, pared que ha decidido no caerse a pesar de los pronósticos y añios.
Los pobres de la tierra, los que lo han perdido todo, hablan como si les faltara el aire, cuando en realidad lo que se les ha gastado es el ánimo. «Yo namá estoy esperando que salgan de nuevo a la calle, y ahí voy a estar entre las primeras», confiesa Olga.
Me gusta un cenicero suyo. Echo las cenizas de mi H. Upmann con filtro en él. Terminamos la entrevista y le doy un beso de despedida.
-Yabo, coge, un regalo-
Yo no quiero. Me apena la precariedad de esta familia.
-Tienes que aceptármelo. Ah y ya sabes, aquí tienes tu casa cada vez que vengas a Güira-