Jonathan Torres Farrat siempre fue muy sagaz, según nos confiesa Bárbara, su madre. Quizás por eso no sucumbió antes las técnicas de coacción de la seguridad del estado a las que fue sometido durante todo este tiempo en prisión.
Una semana antes del 25 de mayo, en la prisión de menores de Mantonegro, diariamente, oficiales de la policía política vinieron a él con un papel con letras negras impresas, firmado con bolígrafo al final. La carta contenía su libertad. “Si le dices a tu mamá que se calle y deje de postear en las redes, te damos tu libertad”
En agosto de 2021, en la Estación de Policía de Acosta, ubicada el municipio capitalino de 10 de Octubre, Jonathan conoció de esta técnica de presión y tortura psicológica por primera vez. A un compañero de celda, también manifestante del 11 de julio, le mostraron en un televisor un video, y en la mesa, su preciada libertad. “Menciona el nombre de cinco personas en ese video, y te sacamos de aquí”. La negativa dudosa del preso indicó al oficial de la seguridad repetir la oferta durante varios días.
“Jonathan, no sé qué hacer, asere. La carta tiene mi nombre y está firmada y todo”. Finalmente el chico aceptó el trato. Los guardias, por mandato de la seguridad del estado, sacaron de su celda, las sábanas y todo utensilio que pudiera emplearse para un suicidio, y luego de esto, le indicaron nuevamente entrar. El muchacho estuvo gritando por varios días que quería quitarse la vida. Los muchachos que reconoció en el video, eran viejos sus enemigos. El chico sigue preso aún.
La técnica del video también la usaron en vano con Jonathan allí. Y cuando su madre Bárbara Farrat se convirtiera en una de las voces más incómodas para la dictadura cubana en los últimos meses, cabeza visible de todas las madres de presos del 11J, el chantaje de la policía política con Jonathan giró en torno al silencio de Bárbara.
La única técnica que Jonathan vio no fue la del dichoso video y la del papel. Otras fueron más crudas. Cuando llegó a la Estación de Instrucción de Acosta, conoció la violencia en todas sus formas. Los golpes, el cuerpo colgado de una mano esposada a una reja, los cuartos fríos con su cuerpo hambriento y desnudo durante 24 horas, las amenazas con décadas en prisión, prisión para él y para los suyos, fueron la comida que se le sirvió durante tres semanas. El objetivo era conseguir más información sobre manifestantes, o una falsa declaración sobre haber recibido un pago de los Estados Unidos para participar en las protestas.
A todo esto sobrevivió este muchacho de 17 años. Quizás lo sostuvo saber que en casa tenía a su esposa embarazada, en la espera del que posteiormente nombró Jonathan, al cual no le permitieron inscribir con su apellido hasta que no logró salir de prisión.
El menor comentó a la madre la extrañeza de la insistencia con aquella carta en aquellos días finales de mayo. Nunca habían sido tan insistentes. Pero luego de nueve meses bajo todo tipo de coacción y engaños, Jonathan no pensó jamás en ceder. “Mami, tú no te calles”.
Jonathan estuvo impaciente porque le llegara la visita en aquella semana. Se había rumorado mucho sobre un nuevo y singular tatuaje en el pie de su madre. El 23 pudo verlo con sus propios ojos. El pie izquierdo de Bárbara le fue entonces como un espejo. La madre había inmortalizado el rostro de su único hijo, preso desde el fatídico viernes 13 de agosto.
Ese mismo, horas después de la visita, día su abogado recibió la llamada más inaudita en sus 32 años de profesión. Por primera vez era Fiscalía Provincial quien solicitaba y ordenaba un cambio de medida para el menor. Como no lo creyó posible, el mismo abogado decidió personarse en Fiscalía con los familiares. La dudosa libertad de Jonathan Torres Farrat, de 17 años, con petición fiscal de ocho por atentado y desorden público, costó tres mil pesos cubanos. Aunque todos saben que costó mucho más. En especial, Bárbara.
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Bárbara Farrat Guillet tiene nombre y estirpe de sobreviviente. Ha hecho sus cuarenta años en los altos de la 443 de Calzada de 10 de Octubre, entre San Nicolás y Calzada de Luyanó. Tuvo a Jonathan a los 23 años y jamás volvió a dar a luz. Quizás el VIH fue lo que la unió a Orlando, pero lo cierto es que hace 9 años echó raíces con este hombre, que ha estado codo a codo en las muchas guerras que le ha sobrevenido a esta familia.
Quien le hubiese dicho a esta manisera del municipio 10 de Octubre que en el 2021 se convertiría en un rostro incómodo para el señor Miguel Díaz Canel, hubiese sido dado por enfermo mental. Hace unos días, obviamente por indicación de la Seguridad del Estado, la ONAT le canceló su licencia para vender maní. Pero esta mujer incuestionable incluso agradeció el gesto. “Yo había decidido no trabajarle jamás al Estado”
Orlando tampoco pudo arreglar una cocina más después de noviembre del año pasado. La policía nacional, brazo férreo de la policía política en Cuba, entró a su portal, decomisó tres de estos electrodomésticos y le puso una multa impagable. La orden era reducir esta familia a la desesperanza. ¿Pero qué dolor más grande que el de llevarse a su hijo inocente, podía producirle la policía o el mismo Díaz Canel?
“Cuando me quitaron a mi hijo, me quitaron el miedo”, había confesado Bárbara en una de las muchas entrevistas que ofreció para periodistas de cualquier latitud. A su azotea se llegaron la inmensa mayoría de reporteros independientes y activistas por los derechos humanos residentes en la isla, pues en esta casa, vivía una madre que se había convertido en vocera de las injusticias contra los presos del 11J, en especial, de los menores de edad que fueron detenidos en relación a estas protestas.
“Ellos se dieron cuenta que mientras más me asediaban, más denunciaba yo en las redes sociales” confirma Bárbara, quien convirtió su muro personal de Facebook, en una sala de denuncias.
Un fatídico viernes 13 de agosto llegaron a su casa oficiales vestidos de civil. Venían preguntando por ella. Su hijo Jonathan les salió al paso y ellos arremetieron contra él. No tuvieron conmiseración con la gestante esposa del muchacho. “Te lo traemos en una hora”, fue la primera de todas las mentiras que iba a escuchar en este proceso. Más de 10 días estuvo Bárbara sin saber de su pequeño, y más de tres meses sin contacto físico con él.
La Bárbara que lloró en silencio en agosto ante la cínica negativa de una funcionaria de Fiscalía Provincial en aceptar el Habeas Corpus, donde denunciaban todo el mal proceder en la detención de su hijo, ya no era la misma Bárbara que encaró efusivamente a esta misma mujer el 24 de mayo cuando le comunicó sobre la libertad bajo fianza de Jonathan. “Ah, ¿Porque para soltar a mi hijo de Mantonegro si necesitan mi autorizo por ser menor de edad, pero para detenerlo en agosto no lo necesitaron? ¡Tú y este gobierno son unos hipócritas y unos corruptos! ¡Ustedes no hicieron la ley, ustedes hicieron la trampa!”
Bárbara conoció el asedio telefónico de la Stasi cubana, así como el acoso en la calle, la vigilancia policial, los cortes a Internet, las citaciones injustificadas y las detenciones violentas, así como toda especie de arbitrariedades en su contra, solo por ser una voz genuina del sufrimiento maternal cubano. Bárbara es esta mujer común y pobre, sin muchas más glorias que dos cuerdas vocales y muchas libras de verdad, que logró que el nombre de su hijo llegara desde Prisioners Defenders hasta la misma Organización de Naciones Unidas, figurando como uno de los depositarios de los 15 tipos de torturas usadas en Cuba contra los prisioneros políticos.
Jonathan, que es un nombre entre los más de 30 menores que fueron detenidos violentamente, golpeados, chantajeados, amenazados y torturados, luego del 11 de Julio, hizo que su madre fuera la voz de las madres de los presos políticos tras el levantamiento de julio.
“¡Gordo, mañana duermes en la casa!”, le dijo conmocionada a su hijo el pasado 24 de mayo. Bárbara recibió prontamente otra llamada. Era la Seguridad. “Ya te soltamos a tu hijo. Si sigues hablando serás procesada”. Bárbara no dudó ni un segundo. “A mi hijo no me lo podrás tocar porque ya te demostré que los delitos no son transferibles. Así que, el día que vayan a venir por mí, van a tener que venir con todo”
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A Jonathan nunca le gustó que en la prisión le dijeran TP, que fue el sobrenombre que dieron los guardias a los manifestantes del 11J, los tirapiedras. “ ¡Yo no soy TP. Yo soy Operación Dignidad!”, reclamó en una ocasión a los oficiales.
“A los TP en la prisión del manto le dan un trato especial”, comenta Orlando, su padre adoptivo. “Les exigen repetir consignas y lemas, los sacan a trabajar pero sin beneficios, y la medida del arroz en la comida es una tapita de desodorante de las chiquitas. Ibas a las visitas y veías como te rondaban caras nuevas, y después a esos mismos los veías aquí en la casa sitiándote o vigilándote”
Si Jonathan lograba callar a su madre, los guardias le habían prometido beneficios. “Yo no quiero beneficios. Yo lo que quiero es que acaben de hacerme el juicio ya para que no me amenacen más con años en prisión”, les tuvo que decir una vez. De tal palo, había sido la astilla. Bárbara era la nota disonante para el circo del que se afanaba el gobierno cubano; fue una de las voces protagonistas en el coro de los atropellos del sistema penitenciario cubano. Bárbara incomodaba porque solo decía la verdad.
“El 24 de diciembre me detuvieron. Tenías que haber visto aquello. Yo parecía Griselda Blanco”, dice mientras me contagia con su risa orgánica. “Al final lo único que querían ese día era llevarme para el Hospital William Soler, donde tenían a Jonathan, y hacerle pruebas para ver si todo lo que yo había dicho sobre su enfermedad era verdadero”, nos cuenta Bárbara.
Más de cuatro meses estuvo el menor sin asistencia médica. Las autoridades prohibieron también a la madre el envío de medicamentos. El niño de 17 años, que entrara en prisión con una hipertrofia de cinco centímetros en el lado izquierdo del corazón, hoy toma cuatro veces la ración de enalapril de aquel entonces. El estado continuo de asedio y tortura, y los constantes y no medicados subiones de presión arterial hicieron su labor. De veinte centímetros es hoy la herida.
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El día que Jonathan salió de libertad bajo fianza, le dieron la misma medida a tres muchachos más. El viernes próximo a otro grupo considerable de menores. Hoy se les puede ver pasear por las calles de 10 de Octubre y Arroyo, intentando sanar las heridas de una vida pausada y rota por meses.
Al expediente del caso 833/2021, Jonathan, todos le decían en la cárcel por su primer apellido, en honor a su madre. Muy probablemente esta sea una de las principales artífices de la liberación de su hijo y los demás menores. Pero Jonathan, aunque parezca, aún no es libre. Deber ir diariamente y sin desviarse, de su casa al Instituto René Ramos Latour, donde estudia su oficio de Soldadura. Debe esperar una fecha de juicio, para saber qué hará un juez con los 8 años que aun le pide Fiscalía Provincial.
Aunque en su expediente faltan misteriosamente 7 páginas, su libertad pende de una decisión de más arriba, y mientras se le ve cargar al carismático Jonathan, ya de 8 meses, cumplen condenas otros muchachos en diversas provincias del país. Por esta razón, Bárbara Farrat sigue siendo una voz incómoda.
“El día que me llamaron para decirme que ya me iban a soltar a Jonathan, les dije que no se les podía olvidar que yo me había declarado activista. Que ellos me habían hecho activista”, recuerda Bárbara.
Ella, que ha estado ahí en ese metro de la angustia donde se teme y se es valiente, donde se añora y cae la desesperanza, sigue ofreciendo su casa y su Facebook para denunciar las injusticias contra los presos del 11J. No rebasó nunca aquel día en la prisión del manto, donde una señora le dijo: “A aquel muchacho que es preso del 11 lo pincharon en la cárcel. Sería bueno que alguien lo denunciara…”
Hoy Eloy Bárbaro le agradece, como lo hacen muchos otros y sus madres. Pero Bárbara sabe que queda aún jornada, y se siente satisfecha por lo que hasta hoy, por sus hijos y por los muchos que suyos los siente, ha podido hacer.
“El día que me lleven seré la madre más feliz del mundo porque sé que no van a meterme presa a mí y a mi hijo. A él no lo podrán volver a tocar. Hay gente que está presionando muy fuerte al gobierno para que yo me calle. A alguien allá arriba yo estoy molestando”