Por Manuel De la Cruz.

La Güinera es, sino el más grande y concurrido, uno de los mayores mercados negros en La Habana, en toda Cuba. Se le llama negro al mercado de lo oculto y lo prohibido, con todo el estigma racista que aún no abandona al mayor archipiélago del Caribe. 

Este reparto del municipio habanero de Arroyo Naranjo ha ganado su epíteto porque en él se encuentran todo tipo de productos, en precios modestos: vasos, cubiertos y utensilios plásticos y de metal para la cocina, comida, ropa, accesorios de carpintería, productos cosméticos, libretas, artículos religiosos, productos cutres de juguetería…

A La Güinera vienen camiones alquilados desde Matanzas e incluso desde Oriente, a revenden en mayores precios sus productos. En muchas zonas de la propia capital, incluso, se venden los productos de La Güinera, hasta en tres veces su precio inicial.

La Güinera es, también, un mercado mixto. Muchos de los vendedores que por allí viven, que allí comercian, poseen licencia para su labor. No solo venden los productos autorizados en la licencia que se les ha expedido; también merodean por estas cuadras –bajo el riesgo de ser detenidos en un operativo policial- vendedores ambulantes que de formas no convencionales han logrado obtener muchos de estos productos, y que no han deseado o podido entrar bajo el sistema de trabajo por cuenta propia. 

Estas y más razones han convertido a este Wal-Mart habanero en sitio recurrente para un público doble: negociantes y policías. 

Norabel, vendedora vieja, lo sabe muy bien.

El 2020 fue un año muy duro. Los precios de los artículos de primera necesidad, en las pocas tiendas estatales que el gobierno dejó abiertas en moneda nacional, se habían duplicado. Aceite, pollo, detergente… muchos productos de la canasta básica –más normados que nunca- se compraban vorazmente en plena crisis pandémica, dando oportunidad a los revendedores de elevar su precio frente a la insistente demanda.

Antes de la pandemia, Norabel, con las ventas de su portal o “mesita”, como se le llama comúnmente en Cuba a estos negocios tan rústicos como productivos, podía, con dificultad, sostener económicamente su casa. Durante la pandemia se vió ante una precariedad ineludible, y con esta vino una decisión: había que vender más, bajo el riesgo que fuese.

Por eso, aunque su licencia solo le otorgara permiso para vender artículos de plástico (pozuelos, vasos, platos, cubos y semejantes), cuando su amiga vino del extranjero con tanta ropa para vender, Norabel no lo pensó dos veces. 

Era vender y vivir. O ser leal a un contrato y no comer.

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Yurién debería estar en este momento en su casa, con su esposa y con su pequeña de casi dos años, Génesis. O pudiera estar trabajando. O haciendo cualquier otra cosa que haría un joven de su edad. Pero Yurién está preso. Aún nadie sabe a ciencia cierta por qué.

Su juicio se realizó el 16 de diciembre del 2022, en el tribunal de Diez de Octubre, municipio habanero. La Fiscalía pedía para él 14 años de privación de libertad. La mitad de los años que había vivido. Muchos años para pocas pruebas. “Manipularon todo”, dijo Norabel, su madre, en sus redes sociales.

Cualquiera pensaría que Yurién, enjuiciado en fecha tan cercana, poco tendría que ver con las manifestaciones antigubernamentales que, en este 2023 -el 11 de julio- llegarán a su segundo aniversario. 

Pero resulta que no. 

Yurién Rogelio Méndez Herrera es un preso político.

No buscó el título. Jamás deseó para sí esta categoría que tanto honor histórico le otorgará, que tanto dolor produce dentro de la oposición cubana y que tanta solidaridad invita. Yurién ni siquiera es un manifestante del Once-Jota, aunque así se le nombre entre periodistas y activistas por los derechos humanos porque su causa esté asociada al suceso.

Yurién, lo decimos nuevamente, es un preso político. 

Si no fuese así, ¿por qué otra razón la Fiscalía le hubiera imputado el cargo de desacato? ¿Por qué, en prisión, lo catalogaron como uno de los “tirapiedras” de la “Operación Dignidad”, como el resto de los manifestantes del 11J?

Yurién, el 12 de julio de 2021- el día en que La Güinera tomó las calles- tenía un solo plan: pintar su casa recién construida. Por esta razón se movió, con su esposa, desde la casa de sus suegros hasta la suya. Pero el 12 de julio no era un día para transitar las calles de La Guinera, y mucho menos la calzada principal, con la calma y rutina de cualquier otro día.

Ningún vendedor ambulante apareció esa tarde. Ninguna mesita ofertó servicios. En estas calles, maltratadas por la pobreza y el sudor del marginado, llovían solo piedras, policías y disparos.  El corazón de los manifestantes se les salía por la garganta, en gritos de libertad y de Patria y Vida. Por cielo no pasó ninguna esperanza: solo drones pertenecientes a las fuerzas armadas.

A pocas cuadras de su casa, al regreso de la faena, Yurién se topó con un conocido. Maykel Alejandro había formado parte del elenco de bailarines de la fiesta de los quince años de su prima. Maykel, además de bailar, tenía otra ocupación: formar parte de las brigadas de respuesta rápida. Sí, esa gente que son movilizadas por el gobierno para hacer actos de repudio en las casas de los opositores o para reducir manifestaciones. 

Maykel lo encaró. ¿Qué hacía en la calle Yurién?, pensó él ¿Estaría en la manifestación? 

El ambiente era tenso. Los policías, y todos los efectivos paramilitares y de la seguridad del estado intentaban llevar a la gente a sus casas, como fuese, y casi siempre, fue con violencia. 

Maykel se enfrentó a Yurién. Yurién se enfrentó a Maykel. Maykel se quitó el cinto del pantalón y Yurién se lo sujetó y le dio un buen bofetón.

-Yo te conozco, oíste- le dijo desde el suelo el cobarde

-Yo también te conozco, Maykel- le respondió Yurién y siguió su camino.

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Hay un personaje al que todos los negociantes cubanos le temen: el jefe de sector. Decomisa, acusa, vigila. Con Norabel, el jefe de sector de su zona tenía un ensañamiento particular. Ni siquiera ella sabe la verdadera razón.

Tanto fue así que la jugada de la venta de ropa terminó en decomiso y multas. El sujeto siguió pasando por el negocio, buscando una y otra razón para cerrárselo de una vez y por todas. Hasta el padre de Norabel se estaba cansando de esa sombra –que ya tenía silueta de personalismo- y le inquirió sobre la insistencia con su hija. Un día de esos, el susodicho apareció en la casa con una citación para Yurién. Debía presentarse en la estación de policía de El Capri.

El muchacho fue al otro día y quedó detenido bajo una acusación de atentado. Estuvo siete días en el Depósito del Vivac, y al otro día, en el juicio, lo encontraron inocente. No había una sola prueba. El jefe de sector, quien lo acusó sin mayor prueba que “la mamá me dijo…”, “la mamá me hizo…”, quedó en total ridículo.

En las afueras del Tribunal de Diez de Octubre, Norabel recibió una promesa: “A tu hijo te lo voy a desaparecer un día”

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El 1ro de noviembre de 2021 ya le faltaban pocos detalles a la casa donde vivirían Yurién y su esposa, Yurina, quien estaba a pocas semanas de parir. 

La pareja salió hacia la casita, que colinda con la de Norabel, sin saber que sería el último día de Yurién en libertad. En casa de su madre le esperaría un operativo. Lo detuvieron violentamente en frente de su esposa. Se lo llevaron para la estación de El Capri sin explicar el motivo.

Yurina telefoneó a su suegra. Norabel partió enseguida hacia la estación de policía. Eran las 9 de la mañana, y estuvo en las afueras de El Capri hasta las 10 de la noche, sin recibir una sola información. Por mediación de un amigo pudo saber que su hijo sería trasladado hacia la estación de 100 y Aldabó “por lo de las protestas del 12”.

Increíble. ¿Qué protestas? ¡Su hijo no había protestado! Su hijo, incluso, llegó a casa de su suegra –después del altercado con Maykel Alejandro- y la señora le impidió salir. “Si quieres ver, súbete en la azotea. Pero de aquí tú no sales”, le había dicho.

El mismo día 1ro de noviembre, producto del estrés traumático por la detención, hubo que correr con Yurina para el hospital. El 3 de noviembre –adelantadísima a la fecha calculada- dio a luz. Hasta ese momento nadie sabía el sexo de la criatura, no se había podido distinguir en los ultrasonidos. El joven Yurién no se enteraría ese día que se había convertido en padre de una hermosa niña.

En 100 y Aldabó, Yurién decidió plantarse. Cuando llevaba una semana sin comer, su instructor penal, Sandro, llamó por teléfono a Norabel: “Envíame una foto por Whatsapp de la niña, para que tu hijo sepa qué fue lo que tuvo”.

Norabel acató.

Sandro chantajeó a Yurién: “Mira pa acá, en el teléfono tengo una foto de tu bebé. Si quieres saber si es hembra o macho, si quieres ver la foto, muchacho, deja la huelga”

Yurién no accedió.

El 18 de noviembre se llevaron a Yurién, peligrosamente deshidratado, hasta el hospital de la prisión del Combinado del Este, en donde lo dejaron preso.

Un año estuvo el Tribunal rechazando acusaciones contra él y posponiendo el juicio, hasta que en noviembre de 2022 la Fiscalía solicitó para él, por el fabricado cargo de sedición, 14 años de privación de libertad. 

En diciembre de ese mismo año se le hizo el juicio. Norabel recuerda que salió del juicio convencida, por la ausencia subrayable de pruebas en contra de su hijo, que lo declararían inocente. La sentencia llegó días después. Para este muchacho que no se manifestó, que no se le vio en ningún video, que ningún policía pudo testificar en su contra, los jueces determinaron enviarle a prisión durante 11 años.

Norabel sabe lo que dice. Razones tiene de sobra.

“Hay una cosa que no se me olvida. ¿Te acuerdas del jefe de sector que acusó a mi hijo porque la tenía cogida conmigo? ¿Te acuerdas que él se quedó picao porque mi hijo no fue preso aquella vez? Pues todos los días que yo estuve yendo a 100 y Aldabó, en noviembre del 21, después que cogieran a mi hijo por lo de las protestas, él estaba ahí. Yo sé que él fue el que dijo el nombre de mi hijo, y que por eso fue que se lo tienen preso”

Este personaje, este desvergonzado que ostentaba uniforme policial y cargo, demostró que lo único que quería inicialmente de Norabel era dinero. Hoy goza de una suerte peor. El karma a veces se apura. Tiempo después de aquello, recibió dinero sucio de manos de un negociante, y fue acusado de cohecho. Está preso. 

Un policía preso no la pasa nada bien. 

Se supone que yo sea imparcial aquí, pero a ustedes no les molestará que todos nos tomemos un momento para alegrarnos.

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Norabel ha usado sus redes –como numerosas madres de presos políticos de La Güinera – para denunciar cada atropello. Desde la injusta detención, hasta el inmensamente largo y angustioso año en que Yurién estuvo preso y en un limbo legal, sin cargos, petición fiscal o fecha de juicios. Ha tenido el coraje de unirse a Berta Soler, líder nacional de las Damas de Blanco, en los pedidos de libertad por su hijo y por los demás. Ha sabido enfrentar las consecuencias de vivir en un país que reprime sin concesión.

En aquella ocasión, cuando fuese detenida junto a Berta, y trasladada a la estación policial de Aguilera, un policía la agredió de una forma miserable. “Esta negra demuestra que a todos ellos tenían que haberlos dejado en los barracones y con los grilletes puestos”, le dijo. Ella le recriminó su racismo con cuantos gritos consideró oportunos y necesarios.

Pero hay otro momento cumbre en la violencia de los oficiales de la seguridad del estado hacia personas como ella. Hay otro personaje con quien el karma aún duerme, a pesar de la maldad excesiva por la que se ha hecho famoso.

Robe es el nombre de un tipo chévere, porque Robe es un nombre falso. Le ha tocado ocupar el rol del poli bueno, según varias madres a quienes él “atiende” y según mi propio testimonio, que también estoy entre sus “atendidos”. 

Robe le “advirtió” varias veces a Norabel que no denunciara más a través de sus redes, y que mucho menos, se reuniera con alguien como Berta Soler. Se la pintó como la mayor delincuente posible. “Chico, si ella es todo eso que tú dices, ¿por qué no está presa?¨, le contestó Norabel. 

Norabel no desistió, ni del uso de sus propias redes para denunciar, y mucho menos de su amistad y cooperación con Berta. Fue tan temeraria, que ha sido la única –hasta donde tengo entendido- que ha hecho a Robe perder el personaje.

Ella estaba sentada en la escalera de su casa en aquella ocasión. Él apareció en su motocicleta y se acercó a ella con aquella sonrisa cínica, típica de gente que tiene mucho por pagar.

– Perdóname por lo que te voy a contar- me dice Norabel- porque a mí no me gusta decir malas palabras. Pero él me ha dicho ahí, bajito, como para sacarme del paso, las cosas más horribles y sucias que se le pueden decir a una mujer.

– Dime. Tranquila- le digo yo.

– Me dijo que me iba a reventar el culo, que me iba a dar un pingazo y me iba a arrebatar las cadenas  y me iba a dejar tirada para que pareciera una violación… ¡De todo! Me lo repetía. Te voy a partir ese culo, te voy a partir el bollo en dos. ¿Eso es lo que tú quieres? Yo te voy a reventar el bollo ese como una puerca. Él quería sacarme del paso, para llevarme presa, para tener alguna razón para cogerme, pero yo me tuve que poner fuerte. Eso lo hizo conmigo porque soy mujer, porque estoy segura de que a un hombre no le hubiera dicho nada de eso.