Manuel De la Cruz

Imagínense un país absurdo, con leyes que den vueltas en círculos hasta morderse su propia cola. Imagínense que un día, en ese país, un policía te diga: “Te estamos dejando aquí preso, porque si te dejamos en la calle te van a arrestar y te vas a complicar”. 

Ese país existe, y es Cuba. 

Y ese diálogo no es ficción; un policía le dijo aquellas palabras a Luis Frómeta, en la estación policial de El Capri, sobre el mediodía de aquel 12 de julio de 2021.

Mi misión con este texto es convencerlos de que todo absurdo –en ese país sin pata ni cabeza- es posible. Solo basta con que quienes lo gobiernan determinen una cosa u otra. Por ejemplo, si en ese país se quiere detener a un hombre por tomar evidencia fílmica de una manifestación, solo basta con que alguien de arriba así lo ordene. 

Comprobado está: Yoan de la Cruz, un joven del municipio artemiseño de San Antonio de los Baños –el sitio donde comenzó el estallido- estuvo preso por haber trasmitido en vivo, desde su portal en Facebook, las manifestaciones del 11J. 

Luis Frómeta salió con su cuñado a comprar una botella de ron, un día después de que más de 50 localidades en Cuba hubiesen tomado las calles, y fue testigo de cómo los primeros manifestantes comenzaban a tomar las calles de La Güinera con reclamos pacíficos. Este hombre de 60 años jamás había visto cosa así en su país natal. 

Abrió su celular y comenzó a grabar. 

Un policía lo notó, varios minutos después, y tres oficiales se abalanzaron sobre él. Le pusieron una tonfa en su cuello, y así lo condujeron hasta la estación de policía. Allí lo dejaron en un banquillo, solo para cuidarlo de ser arrestado “por andar en la calle”.

Aldo, su cuñado, quien había salido con la misma intención, lo perdió de vista y corrió a casa a contar a la familia. En casa de Brizaida, esposa de Luis, estaba la familia completa: esposa, hijo, hermanas, cuñados. El regreso de Aldo fue una huida por su propia seguridad.

Ya estaban en la calle decenas de pueblerinos, y las tropas especiales, junto con la policía y efectivos de la Seguridad del Estado, perseguían a los manifestantes. Tenían que hacer retroceder la manifestación, y para eso usaron golpizas, piedras y disparos.

Brizaida vio desde su terraza amplia, en altos, como los policías comenzaron la agresión. “Entren pa dentro que le van a dar una pedrada a tu niño”, le gritó uno. “Bueno, si le dan una pedrada van a ser ustedes que son los únicos que están tirando piedras”, le respondió ella.

El pequeñito –en aquel entonces de 3 años- aún vive con su trauma, que refleja en un pánico manifiesto cuando ve a un uniformado en la calle.

Aldo comunicó la noticia, pero la familia tuvo que esperar que se aplacara el caos por la seguridad de todos. No solo no hubo más ron para beber; se jodió la fiesta y de qué manera.

El pueblo de La Güinera, quien había salido a reclamar cambios sistémicos importantes –con gritos de libertad, Patria y Vida, abajo la dictadura y Diaz Canel singao- sufrió más violencia que cualquier otra localidad en el país; tanto así, que aportó la única víctima letal de las manifestaciones: Diubis Laurencio, ultimado con un tiro a la espalda.

Dentro de la estación de El Capri, a Luis Frómeta no solo le había sido retirado el teléfono, sino que recibió la compañía de un desfile de politraumados de las protestas. Frómeta vio entrar, a lo largo de la tarde, a decenas de hombres y mujeres heridos, con golpes serios en la cabeza, ensangrentados y sin poder caminar.

Vió también –para su futura desgracia- como los policías eran equipados con palos, con tablas llenas de puntillas, y salían con todo aquello a la calle a ¨reducir el desorden¨.

Un hombre entró, herido, a la estación. Sus rodillas sangraban mucho. Luis, que estaba sentado en la sala de espera, se acercó e intentó ayudarlo, lavarle las heridas, vendarle. Sus cuidadores pensaron en aquello enviándole al calabozo.

Frómeta durmió esa noche en El Capri, pues aunque contra él no tenían cargos, “afuera se podía complicar”. Al otro día, como “él no había hecho nada”, fue puesto en libertad. Su teléfono fue decomisado, bajo el pretexto que le sería devuelto en unas pocas horas.

Frómeta llegó a casa y contó todo el horror del que fue testigo. Brizaida y el resto de sus familiares intercambiaban relatos. 

Pero bueno, es 13 de julio y pudo ser peor para ellos. Pudo Frómeta –en este país de guión obtuso y giros insostenibles- haberse quedado preso.

Brizaida habló con una amistad de la familia para que averiguara por el Huawei retirado, a pesar de la insistencia de Frómeta en dejarlo allí mismo. No es para menos. Pisar la estación sería revivir el horror. La policía informó que el teléfono se había extraviado. “Que se queden con él”, dijo Luis.

El 17 de julio ya se han llevado de sus casas a buena parte de los manifestantes que no fueron capturados el mismo día 12. Muchos oficiales habían grabado las protestas en sus celulares, y sometían a los capturados, en el acto, a interrogatorios, para sacar de aquellos videos, nombres y direcciones. Aportó a la cacería el archivo fílmico recopilado por los drones que aquella tarde del 12 sobrevolaron la ciudad.

El 17 de julio toda Cuba sabe que es otra, una Cuba insurrecta. Incluso lo saben en lugares tan alejados del Caribe, como Alemania. Se han pronunciado al respecto, condenando sobre todo la violencia empleada y categorizando la actitud del presidente de la República como criminal, los líderes de numerosas naciones. 

Es 17 de julio y Luis Frómeta se llevará su recuerdo bien lejos, porque debe viajar a Alemania, de donde es también ciudadano. Vive allá desde la década del 80, cuando viajó para convertirse en Técnico Forestal.

Allá están sus hijas mayores también, quienes, desde hace más de una semana, le habían sacado pasaje para ese día. 

El colmo hubiese sido que no hubiesen dejado a Luis viajar hasta que no apareciera su teléfono. Teléfono que ellos mismos expropiaron. Ese fue el susto inicial de Brizaida cuando, el mismo 17, a las 7 de la mañana, vio en su puerta a más de cinco oficiales de la Seguridad del Estado. 

“Recuerden que él viaja hoy a Alemania”, subrayó ella. “Sí, sí, él solo va a la estación a firmar la entrega”, respondieron los oficiales.

Pero como ese país que les muestro, más que de absurdo. Está repleto de maldad, no solamente Luis Frómeta perdería su vuelo, sino que la visita formal a la estación culminaría en una petición fiscal de 25 años.

No pasó mucho más para llegar a ese punto. De El Capri, Frómeta fue trasladado a 100 y Aldabó, en donde pasó dos semanas bajo interrogatorios y chantajes. Si quería salir, debía ver los videos que realizó e identificar nombres y direcciones; sino: “20 años por tu cabeza”.

De 100 y Aldabó fue trasladado al Combinado del Este, en espera de juicio.

En diciembre de ese mismo año se celebró el dichoso juicio, en el Tribunal de Diez de Octubre. Ninguna prueba, y muchos absurdos más.

Mostraron sus videos. “Estaba incitando a delinquir”, era la acusación de la Fiscalía. “Se oye su voz porque tiene el teléfono bien cerca, pero afuera, entre tanta bulla, su voz ni siquiera se oía”, argumentaba Amado, su abogado.

Un testigo desmonta la farsa acusatoria, rompió en pedazos la coartada. Aldo, su cuñado, fue incisivo. “Él no estaba gritándole a nadie que hiciera nada, él solo estaba grabando, y me estaba hablando a mí que estaba al lado de él”

El resultado de aquello es un absurdo inesperado, otro giro que demuestra que ese país obsceno -que parece irreal- se llama Cuba: de la sala del Tribunal sacaron a Aldo directo hacia una estación policial. Hoy está preso con una sentencia de cinco años de trabajo correccional con internamiento; el comúnmente conocido “campamento”.

La petición inicial de Fiscalía a Frómeta de 24 años –a los que se le sumó un año más por propagación de epidemia- terminó, luego del juicio de apelación, en quince años. El delito imputado, rotundamente inventado en esta macabra literatura represiva, fue el de sedición.

En diciembre de ese mismo 2021, Luis Frómeta tenía planeado llevar a su esposa, y madre de su hijo, a conocer Alemania.

Brizaida no viajará con su hijo a Alemania por el momento. 

Llevan 9 años de matrimonio, en el que Frómeta viaja a Cuba una y hasta dos veces al año, y hace una estancia de al menos un mes. Esa primavera tuvo que esperar en Alemania, a que abrieran nuevamente las fronteras, cerradas por la pandemia. Por eso cayó acá en julio y no antes, como había planificado.

Compartía con sus familiares aquel 12 cuando su pueblo, en el que no vive desde los 9 años que tiene viniendo una o dos veces cada 365 días, decidió hacerle frente a la terrible situación económica y política de ese país absurdo.

Cuando vio aquello decidió grabar. “Su idea era enseñarle los videos a sus hijas en Alemania, mostrarle algo que nunca había sucedido en su país. Él estaba adaptado a ver manifestaciones en Alemania, y jamás pensó que Cuba lo hiciera. Grabó para que sus hijas lo vieran, para que vieran que él había estado ahí», cuenta Brizaida.

“Me tuvieron siempre engañado”, dice hoy Frómeta, quien se queja de la teatral y descarada promoción que se da el gobierno cubano, a través de la prensa internacional, como un paraíso de derechos humanos.

Las hijas de Frómeta jamás verán los videos que le hizo su padre. Por muchas presiones de la Embajada alemana a las autoridades cubanas, no ha habido respuesta positiva ni revisiones importantes del caso. Sus hijas, al menos, pueden visitarlo en prisión.

Eso sí: que nadie se piense que en ese país descabellado se permite divulgar las violaciones y los malos tratos que en él suceden. Cuando las chicas vienen a verlo, con una cita coordinada entre la Embajada de Alemania y los centros penitenciarios, no son recibidas en el mismo lugar que el resto de familiares de los presos.

¿Cómo van a sentar a estas chicas europeas en un banquillo incómodo, a sufrir el calor abrazador de Cuba, con el bullicio de otros presos comiendo? ¿Qué imagen se llevarán de las prisiones cubanas? ¿Que contarán luego a toda Europa?

No. 

Cuando las chicas vienen a visitar a su padre, las autoridades penitenciarias llevan a los tres –reo e hijas- a un lobby climatizado, acondicionado meticulosamente con blancos sofás de damasco y cortinas floreadas, en donde una hermosa mesa de cristal transparente deja reposar el almuerzo.

Imagínense un país tan absurdo donde aprisionan a un hombre por haber visto cosas y no mostrar interés en callarselas. 

Ese país es Cuba.

Imagínense que ese hombre deba pasar quince años preso por no haber tenido la disposición de identificar a otros en un video. 

Ese país es Cuba.

“Ni aunque hubiese querido, hubiese podido hacerlo, porque mi esposo lleva más de 40 años viviendo en Alemania, y aquí en el barrio no conoce a nadie”, dice Brizaida.