Por Manuel D la Cruz
Camino a Los Mangos
Si algún día la casa de Arianna llegara a ser legal, ¿qué dirección rezaría en su carnet? ¿Número tal, asentamiento Los Mangos, Calzada de San Miguel, San Miguel del Padrón, La Habana? No se me ocurre otra.
El estadio de pelota es la única referencia. Cuando Arianna me dijo por teléfono, «tienes que bajar los escalones», entre la mala señal de Etecsa y, un poco también, mi extrañeza con el acento santiaguero, me quedé con que quiso decir que buscara una calle llamada Escalona, y que bajara por allí. Ni los merolicos de El Tropical, ni la señora que vende cigarros en una casa frente al estadio me supieron indicar esa calle. Si no viene Arianna a buscarme, todavía estuviera frente al estadio viendo correr a adultos cincuentones y a chiquillos descalzos jugar fútbol.
Se bordea el estadio y hay un trillo marcado sobre la yerba fina. Más de 30 familias forman parte del asentamiento. En su mayoría vinieron buscando «prosperar
económicamente». Un mulato sin camisa se mete con Arianna, y ella no le contesta «pa no soltar una mala palabra». Un niño de unos dos años se queda mirando mis collares y me golpea en un pie con un palo delgado, sin fuerzas ni ánimos. Está sentado en una elevación de tierra que hay en lo que supongo que sea su «llegaypón». No veo a su madre por todo aquello.
Lo primero que te recibe en el amontonamiento de tablas y zinc que conforman la casa de Arianna y Raidel, es una muñeca vestida de amarillo, representación usual con que los practicantes del espiritismo combinado en Cuba conmemoran a espíritus de mujeres de ascendencia española y gitana. Arianna está también vestida, pañuelo en su cabeza incluido, toda de amarillo. En el techo un pullover del mismo color hace las veces de bandera, dándole metafóricamente la propiedad a Oshún sobre estos metros cuadrados que el gobierno municipal sabe ocupados, y cuya ocupación no prohíbe ni registra.
Varios artefactos pesados, entre ellos un cochecito en muy mal estado, presionan el techo… por si los vientos, por si las lluvias… A Arianna la recibe, en la silla, la picada de una santanilla. «Yo la verdad no he podido publicar casi nada del negro en las redes porque yo no conozco de tecnología y no sé en qué lugares es que tengo que escribir pa eso», dice.
Camino al juicio. Del 11-J a la Prisión de Valle Grande el 27, 28 y 29 de julio se realizaría el juicio contra Raidel Guerra Godínez, ciudadano de 33 años acusado de desacato, desorden público, instigación a delinquir y desobediencia. Un cambio de última hora lo fijó para los días 1, 2 y 3 de agosto, un año y 20 días después de su arresto y encarcelamiento. «Salió el 12 [de julio de 2021] a buscar comida y vino el jefe de Sector de La Corea y le pidió el carnet, y se lo dijo: “No te vayas, que tú eres uno de los que andamos buscando”». Para Raidel, la Fiscalía pidió nueve años de privación de libertad. Un policía llamado Alfredo Cruzata, dice haberlo reconocido en un video.
Mientras Raidel está siendo conducido a la estación de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) en el municipio Cotorro, en la tarde de aquel 12 de julio de 2021, Arianna está en la casa de su familia en Jagüey Grande, Matanzas. Lleva poco más de dos meses aquí, desde que su relación de nueve años se hubiese mostrado imposible de salvar. Tres días después, los oídos de Raidel siguen supurando sangre, por las patadas y los tonfazos con que fue recibido en el Cotorro. Para el famoso «somatón policial» se colocan guardias en rectas paralelas, y en el espacio entre ambas pasan esposados los detenidos. «Reducir a la obediencia», es como se conoce el procedimiento. Uno de los muchachos se desmaya de tantos dolores, y con más golpes sale del letargo. Raidel se agacha a recoger
su nasobuco caído, y lo estremecen con una patada en la zona entre el ano y los testículos.
Mientras esto sucede, en Jagüey Grande la familia se sienta a ver el televisor. Arianna siempre aprovecha, pues en su casa no tiene este electrodoméstico. Llevan dos días trasmitiendo imágenes de las manifestaciones, y Arianna se enfría cuando ve la Calzada de San Miguel y el torso desnudo de su hombre. Con las manos alzadas, lo ve gritando a voz en cuello, junto a decenas de sanmiguelinos, por la libertad de Cuba. «Cómo no voy a conocer el cuerpo de mi negro».
Ordena su mochila y en tres horas está en La Habana. «Yo pensaba venir pal 19 de agosto que era su cumpleaños, pero namá lo vi, me mandé pa acá. Yo sabía que ya tenían que haberlo cogido preso, porque, si no, no lo hubieran sacado por el televisor. Nosotros estábamos separados, pero yo siempre le dije que si algún día él necesitaba de mí yo iba a correr».
Raidel llevaba unos meses relacionándose con otra nueva mujer. Pero ocho años vencen a dos meses, y a dos meses también los vencen casi siempre algo tan fuerte como una prisión. «Cuando terminamos yo le dije que, si a él le hacía falta de mí, y él no estaba con ninguna mujer, yo lo iba a ayudar. Fuera un hospital o cualquier cosa. Porque el negro nunca había estado preso. Sí, él estaba con una mujer, pero cuando yo llegué a La Habana,
la mujer ya se había desaparecido».
Yanelys, la menor de los dos hermanos de Raidel, le da a su excuñada la poca información que posee. Y con eso Arianna hace lo poco que puede hacer. Correr a buscar a su negro, saber cómo está, cuándo puede ir a verlo y a llevarle alimentos o lo que haga falta.
A los siete días en la estación de la PNR del Cotorro, Raidel fue trasladado a la prisión Jóvenes de Occidente. Allí no pudo llamar por teléfono, y menos recibir visitas. «La hermana estuvo yendo esos dos primeros meses cuando no dejaban ver a los presos por la COVID. El 29 de octubre, que fue la primera visita, ella fue conmigo y me dejó allí y no ha vuelto a ir más nunca».
Finalizando los dos meses en Jóvenes de Occidente, justo antes de ser trasladado a Valle Grande, Raidel Guerra aparece por primera vez en un listado oficial de prisión donde se relacionan los manifestantes del 11-J. Arianna estuvo por esos días haciendo ceremonias y obras de la religión yoruba y el palo monte, porque mientras su marido no apareciera en alguna lista la demora en el proceso sería indudable.
«Cuando lo volví a ver estaba mal. Muy flaco, y me lo habían pelado al calvo, ya no tenía
los dreadlocks».
Raidel no quiso abogado. Arianna no podía costeárselo y los hermanos de Raidel tampoco se ofrecieron a ayudar. El otro hermano de Raidel se negó a darle a Arianna los mandados de la canasta básica que le tocaban a Raidel por estar en el mismo núcleo familiar y la misma libreta de abastecimiento. El preso entiende que la justicia no se puede esperar del buen trabajo de un abogado. «Si te quieren echar 20 años te lo echan y ya. Los abogados están ahí pa hacer un papel y decir que hay abogados».
Arianna tampoco podía pagar, además de los cinco mil pesos cubanos del contrato inicial, los viajes del abogado a la prisión y a la Fiscalía, las meriendas y las averiguaciones. Hace solo tres meses Raidel y Arianna conocen la petición fiscal. El juicio se celebrará
desde este lunes en el Tribunal Provincial de Diez de Octubre, La Habana.
De cómo se encuentran los caminos…
Raidel fue un niño del reparto La Corea que quedó huérfano a los nueve años. Sus hermanos menores fueron recogidos por el padre. El pequeño Ray se quedó a merced de una abuela un poco descuidada, que murió alrededor de una década después. Luego de pocos estudios fue custodio en varias instituciones del Estado. Hace algo más de diez años
comenzó a revender…
Arianna Barroso Moreno vino en su adolescencia de La Maya, Santiago de Cuba, junto con su madre y sus hermanas. Vivieron en otros asentamientos cercanos al de Los Mangos. Años después de terminar la secundaria básica, Arianna comenzó a vender sus primeras escobas y sus primeros cubos plásticos.
«Yo tenía unas amistades que vivían en Cristo de Olimpia y Lindero, y Raidel siempre estaba por allá en casa de una prima. Cada vez que yo pasaba por allí, él se metía conmigo y yo me reía, pero seguía de largo. Me decía, guajira, estoy pa ti, pero yo no le hacía mucho caso. Hasta que un día compartimos en una fiesta religiosa».
Las veleidades del azar y la obstinación de las carencias económicas, hasta incluso dormir en el piso en casa del suegro, todo lo soportó Arianna por amor a su negro. Jovial, dicharachero y noble, Raidel siempre le hizo entender que la carrera de cada uno era más liviana si la hacían juntos.
Con este ánimo se levantaban a las seis de la mañana, luego de haber invertido cada uno cerca de mil 200 pesos en escobas, cubos, haraganes, palitos de tender y todo tipo de artefactos plásticos, comprados al mejor precio en la cercana Feria de la Cuevita. Para Marianao, ella; para cualquier otro municipio, él. Cuando un lunes cualquiera se hizo más de dos mil pesos en un municipio, pues se marcaba ese territorio como zona de ventas hasta que cambiaran los vientos del comercio.
El recorrido no lo cartografiaban según las cuadras o paradas de autobús, sino por horas. Entre un breve receso para merendar y las pausas oportunas para vender algún producto, llegaban a promediar diariamente más de 80 kilómetros. En una semana fructífera habían caminado 400 kilómetros y ganado alrededor de 12 mil pesos limpios. No se avizoraba sombra de queja.
«Yo con ese negrito he pasado muchas cosas, por eso lo único que me duele es no tenerlo aquí conmigo», dice Arianna, y me regala la única lágrima de la tarde.
Camino a la muerte, camino a la gloria Oshún es la diosa de la fertilidad. Sin embargo, es harto conocido que las mujeres amparadas por ella tienen problemas para concebir. Esta oración no le orienta dudas a Arianna, consagrada desde el año 2014 al culto de Orula y de la Virgen de la Caridad del
Cobre.
Oggún es el orisha de la fuerza bruta, del trabajo forzado y del hierro. Viste de verde y negro, y representa la oscuridad de la maleza profunda. Cuentan los patakíes yorubas que nadie pudo sacarlo de su obstinación y su ascetismo; nadie que no fuera la diosa del río, la dueña de la miel, Oshún.
Arianna condujo a Raidel, cada vez, por mejores caminos, y pudiera decirse que no fue casual el que, a pocos meses de separarse, la vida de Raidel se viera tronchada. Él, sin embargo, no es obstinado como el ángel que le guarda. Su esperanza de salir tras el juicio para la casa, donde su guajira le espera con un buen plato de frijoles colorados, está intacta. Después de mucho vivir, ambos son personas fuertes, resistentes al sol y a los
malos deseos de Dios.
«A Raidel lo único que se le veía haciendo en la protesta era gritar “Libertad”. ¿Y cómo tú concibes que, en un país supuestamente con libertad de expresión, te echen nueve años por decir que esto o aquello no te gusta?».
Arianna sabe que su negro no es el mismo. Antes del 11-J no tenía ningún afán político, pero hoy ella está convencida que «ya eso lo tiene en el cuerpo». Raidel es un hombre fuerte. Soporta la distancia y el encierro. Pero no es menos cierto que recibe también fuerzas de su mujer fiel, quien hace solo cuatro años quizá no hubiese tenido el temple necesario para enfrentarse a circunstancias como estas.
El sueño más grande de ellos, desde que se conocieran en 2012, fue tener un hijo. La vida se los negó dos veces. En 2014, Arianna supo que los jimaguas que hacía cuatro meses se desarrollaban en su vientre habían muerto. En el 16, un varón con cinco meses de gestación jamás llegaría a ver la luz. La palabra de Orula no se había cumplido aún. La profecía aseguraba que Arianna cargaría un hijo o una hija en los próximos años.
En 2018 fue el último de los intentos hasta la fecha. Más reposo que nunca jamás. Más fe y más atenciones religiosas que las veces anteriores. El día de la Patrona de Cuba, el 8 de septiembre, no se oyó llanto en la Sala de Partos del Hospital Hijas de Galicia, pero una hembra de ocho libras y media había venido al mundo.
Yusimy de la Caridad, en honor a la tempranamente ida abuela paterna.
Arianna sabe entonces que algo no va bien, y pide ver a su hija. Alguien le confirma que está siendo trasladada al Hospital Infantil William Soler. Los ultrasonidos jamás detectaron una hernia que comprimía el pulmón derecho de la pequeña, y ahora habrá que
intervenirla. Le orientan a la puérpera que no se levante de la cama para cuidar la herida apuntada en su vagina. Ella ignora la orden. Se fuga del hospital y, tras recoger comida y ropa en Los Mangos, en dos horas está instalada en el William Soler.
El día 9 los médicos salen de la operación diciendo a ambos padres que la evolución de la bebé debe ser monitoreada. Solo Arianna está dentro de la sala. El padre y los demás familiares ven a Yusimy a través de un cristal.
—Oye, esa está muy blanca pa ser hija mía —jode Raidel a Arianna, quien no tiene fuerzas, pero le premia el chiste con una sonrisa temblorosa. La palabra «estable» no trasmite mucha información a Arianna. El día 23 de septiembre, a las cuatro de la mañana, tras seis paros respiratorios, la pequeñita es declarada muerta.
Rosada salió vestida, y así la pusieron en su ataúd pequeñito. Raidel llegó a la funeraria cuando estaban alistando a su única hija, y vio su cara por primera vez sin el cristal. En ese momento, la cabeza de la pequeña se arqueó hacia atrás en un gesto brusco. Tenía sus facciones. Allí mismo él se desmayó.
La guajira hoy extraña al negro en la soledad de unas tablas que ofrecen santanillas a los visitantes, y pide a su gitana, a quien le ha puesto abanico y girasoles plásticos, que les dé un poquito de felicidad en la vida.
Dicen los viejos congos que Orula no se equivoca.
¿La única hija que Arianna cargaría en brazos, será la para siempre hermosa Yusimy? Queda aún camino por recorrer.
En lo que si no se equivocó el santo fue en su alerta a Raidel, una semana antes del estallido del 11 de julio de 2021. Osogbo de Prisión. Evite la calle y las aglomeraciones. «Es una injusticia. Que ese hombre esté preso por gritar y no hacer más nada. Y que le
quieran echar nueve años. Pero, bueno, antes del 11-J él no estaba en na; ahora sí, ahora eso le corre por la sangre y, cuando salga, lo va a seguir teniendo ahí».