Por Manuel de la Cruz

“La yerba que está pa ti, no hay chivo que se la coma”. Este conocido proverbio cubano, parece ser la ciencia en la que encuentra Yusimy sustento a muchos sucesos en su vida. 

A mediados del año pasado, por ejemplo, fue víctima de un accidente de tránsito. Sentada en los asientos traseros de un gastado Chevrolet, recibió, de primera, el impacto transversal de otro vehículo. A su lado, Marilyn y su madre de 80 años, familiares del también preso del 11J, Orlando Carvajal, corrieron con mejor suerte que ella.

Dice un trillado eslogan televisivo, de forma casi antagónica al refrán popular del inicio, que los accidentes no son ni tan inevitables, ni tan accidentales. Y en verdad, este en particular, pudo ser evitado si otras casualidades se hubiesen dado cita aquel día.

Se hubiera evitado, primeramente, si el chofer que los impactó hubiera respetado el semáforo regente del convulso Entronque de la CUJAE. Se hubiera evitado también, si el chofer del gastado Chevrolet hubiese salido antes de casa, o si la hora del destino hubiese tenido que ser otra y no las 10 de la mañana.

Si estiramos el silogismo, podemos llegar a lugares inesperados. 

Si algún oficial hubiese determinado que la visita a prisión no fuese ese día, sino otro cualquiera, si la prisión no fuese el Centro de Reclusión de Menores El Guatao, tampoco hubiera habido tal incidente.

Si en el Juicio de Apelación, los jueces del Tribunal de 10 de Octubre hubiesen determinado que Adan Kiubel Castillo no debía cumplir siete años de privación de libertad en aquella prisión, si hubiesen tenido en cuenta que era un menor de edad con desórdenes psiquiátricos, si Fiscalía hubiese tenido como impulso la justicia y, por ello, hubiesen irrespetado el absurdo de sumar sedición a las causas del muchacho… 

Si Adan no hubiese salido de su casa, en La Guinera, aquel 12 de julio de 2021, si manifestarse en Cuba no fuese un crimen, si no hubiese habido protestas antigubernamentales en aquel entonces, sino hubiese dictadura por la cual protestar…

Pero ese accidente, por esa sumatoria de yerbas que están pa uno, le tocaba a Yusimy para aquel día indiscutiblemente.

Aun así, accidentada, logró llegar a la prisión. Pudo ver a su pequeño de 19 años en aquel entonces, y entregarle un poco de galletas, tostadas, azúcar y cigarros, y hacerle menos terrible los próximos 15 días.

Desde ese accidente, en el que su riñón fuera severamente afectado, al igual que su columna, no hay ibuprofeno que calme en su totalidad las grandes crisis que padece. Siempre, después de la visita a prisión, por lo extenuante que resultan, un largo viaje, muchas horas sentada en un asiento de concreto, y el ajetreo previo para conseguir alimentos para ese día, debe permanecer de reposo durante al menos dos o tres días más.

Pero este dolor, recurrente y martirizante, no es ni de lejos el mayor de los que la visitan, ni tampoco el más tangible.

Yusimy Castillo es una mujer de 43 años que no sabemos aún cómo puede estar en pie para hacernos un café. Mucho menos, cómo puede estar de pie para darle el frente a la vida.

 

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El 11 de julio de 2021 en La Güinera se respiró un ambiente de tranquilidad ciudadana que desarmonizaba totalmente con el nota que, al unísono, emitía la Isla. Esta tranquilidad, estratégica, volátil y engañosa como el ojo de un huracán, se desarmaría en mil pedazos a la mañana siguiente.

Las paredes de este huracán, la fuerza máxima de la represión gubernamental a las protestas de julio, sin caer en comparaciones inexactas, arrasó en La Güinera, uno de los barrios más marginalizados de la capital, justo cuando parecía llegar la calma. 

Adan Kiubel Castillo era, en aquel entonces, un muchacho de solo 18 años. Salió a la calle cuando sintió, desde su casa, el alboroto de los vecinos. El bullicio venía de la carretera central del reparto, a pocas cuadras de la casa donde vive con su madre y su hermano pequeño.

Poco se puede contar en la historia de Adan, que no se pueda relatar también al hablar de otros manifestantes de La Güinera. 

La policía, los efectivos de la seguridad del estado, y las tropas especiales del Ministerio de las Fuerzas Armadas, estaban bajo la orden presidencial, conminada el día anterior a las 4 de la tarde desde la televisión nacional, de reducir la protesta a costa de cualquier precio. 

La violencia aún tiene marcas en estas calles. El recuerdo de Diubis Laurencio, asesinado por un policía mediante un tiro en la espalda, resuena indefectiblemente en toda mención de las históricas protestas de este poblado del municipio Arroyo Naranjo.

Contra Adan, Fiscalía presentó inicialmente diversos cargos. Atentado, sabotaje, desorden público, propagación de epidemia. Meses después de arrestado el menor, cayó sobre él la temida, polémica e inusual causa de sedición.

En los videos presentados en juicio, no se ofrecieron pruebas contundentes de un hecho más peligroso que la presencia de Adan en las calles, aquel 12 de julio. Sin embargo, la petición fiscal fue de 22 años. Cuatro años más que los que había vivido.

En el Tribunal de 10 de Octubre, en fechas del 17 al 20 de diciembre de 2021, se realizó el juicio de decenas de manifestantes del 11 y 12 de julio, entre ellos, Adan. Los jueces determinaron que debía cumplir 14 años en prisión. Un breve tiempo después, la apelación determinó reducir la sanción a 7, los cuales, desde la fecha, cumple en la prisión de menores El Guatao.

 

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Yusimy Castillo lleva dolores tan suyos y tan adentro, que son como quistes imposibles de remover. Entre líneas, se le percibe una disculpa por la forma en que enfrentó la maternidad, como si a alguien le debiera algo, cuando más bien pareciera esta familia ser un asunto pendiente de dios. Hay en ella una exigencia común, de que pudo hacer más, de que pudo hacerlo mejor, y quizás sí, pero quien es si quiera dios para juzgarles.

«Cuando Adán me llama por teléfono me dice que no me preocupe, que no vaya a la visita. Y yo le digo, tas loco, si todo el mundo va a tener ese día alguien que lo visite y le lleve cosas, ¿cómo no voy a ir? Porque el tiene complejo de marido mío, y me quiere mandar a mí siempre, y me dice que ni vaya a la visita porque él sabe que la cosa está en candela»

Según Yusimy, Adán quiso trabajar antes de tener edad para ello. «Hacía mandados para buscarse un dinerito. Tú le decías, ve a buscarme tal cosa, y él lo hacía, para poder ayudarme»

Adan Kiubel no pasó del 8vo grado, en una conjunción de problemas de personalidad y de capacidad cognoscitiva. Yusimy tenía que ir a la escuela, citada por profesores y directores, con muchísima frecuencia. El niño frecuentaba peleas e indisciplinas, y siempre se le intentó amedrentar con reubicarlo en una Escuela de Conducta, centros educativos pensados -y mal enfocados- en la atención a menores con desórdenes de conducta y carencias académicas.

Adan reprodujo en la escuela, en la calle, los patrones de violencia que aprendió en casa. Su padre fue un hombre que había buscado hacerse entender rápidamente por los golpes. De él, confiesa Yusimy, a esta altura, probablemente ni se haya enterado que su hijo está preso. Adan, desde edades tempranas, comenzó a recrear patrones semejantes a los sufridos, como un perro asustadizo que se predispone ante cualquier transeúnte que se acerca a la reja.

Poco o ningún tratamiento le ofrecieron en las instituciones escolares, al fin y al cabo, estos muchachos -antisociales, violentos y con retraso escolar- forman parte de un estigma educacional de donde no serán jamás redimidos por nadie. En este rincón social, con una figura materna como Yusimy -negra, pobre, con desórdenes nerviosos y poca capacidad académica- la estigmatización del ambos se vuelve aún menos acotable y el destino del hijo se va fijando casi sin remiendos. Adan fue siempre el negro bruto y conductual, futuro presidiario, y la madre, la negra torpe que solo sabe dar golpes.

Yusimy lamenta, en su supuesta ignorancia, la ausencia de profesionales de la psicopedagogía que pudieran haberle ofrecido ayuda. «Yo no sé nada de eso, pero me imagino que en la escuela tenían que haber psicólogos o algo de eso. Pero que va, lo único que hacían era castigarlo, llamarme a mí a la escuela y amenazar con minoría»

Para colmo de males, Yusimy, quien ha sido entrenada por la vida y la sociedad para tener que trabajar en cualquier sector, tuvo que asumir también un calificativo desestimante: presidiaria. En 2018 conoció una sanción de 1 año de reclusión domiciliaria, como parte de una treta de la que no pudo librarse. 

«A mí me sancionaron por no ser chivatona. Yo trabajaba en el paradero de La Fortuna y un día el jefe de turno con otro ahí se robaron unas tejas. Yo estaba en mi posición, y cuando me iba, vi que faltaron unas tejas, pero ¿qué me importa eso a mí? Lo mío era cuidar mi posición. Esa gente explotó, y a mí me llevaron al tribunal como testigo. Pero ahí, en el mismo tribunal, me cambiaron de testigo a acusada. Y yo no tenía abogado ni nada de eso, porque yo no tengo para eso, ¡no tengo!, todo lo que yo tengo es para darle comida a mis hijos. El mismo abogado de mi jefe de turno me lo dijo, que yo estaba como acusada. Ellos sabían que si yo hablaba, la naranja se picaba, porque yo era la única que sabía todo lo que pasó ahí. La guerra era entre el muchacho y otra más ahí, y el abogado de él me dijo que no hablara nada, porque él sabía que si yo hablaba… él sabía que yo era la única que podía hacer que al jefe de turno lo sancionaran a más años. Entonces yo no hablé nada. Y me sancionaron a un año de la casa al trabajo»

Yusimy es una mujer maltratada por el sol y la pobreza, pero atesora y exhibe sus principios éticos como sus únicas adquisiciones. Según ella, su hijo Adan, puede que sea impulsivo, pero también es trabajador, cariñoso y primero que esto, respetuoso. 

Ella parte su rutina y afecto en dos madres: una, la que se desgasta en mil peripecias para completar los alimentos que debe llevar quincenalmente a su hijo en prisión, y otra: la que atiende a su segundo hijo en casa, Yenri Oscar, de unos difíciles 13 años de edad. 

En la memoria, hay una tercera madre, anestesiada o dormida, como inverosímil recordatorio de las malas yerbas que la vida ha dispuesto a Yusimy en el camino. 

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Cuando llegó la pandemia del covid a Cuba, en marzo de 2020, Adán fue de los primeros multados por propagación de epidemia. 

«Ese día discutimos fuerte, y él, pa no darme un golpe a mí -porque sería incapaz de eso- salió pa la calle a refrescar, y salió sin nasobuco. Un policía lo cogió en la esquina y lo llevó pa la estación del Capri. ¡Coño!, si tú estás viendo que es un menor, ¿pa qué hay que llegar a eso? Pero bueno, él se lo buscó. Yo le dije, ah, como tú quisiste hacerme sentir mal con que te habían llevado pal Capri, ahora asume y paga la multa. Y él, como estaba trabajando, la pagó solito»

En septiembre de 2020 se dio un suceso parecido. El muchacho salió de casa, y quien lo intercepta esta vez es un oficial que conocía bien a Yusimy, pues esta trabajó durante un tiempo en la estación de policía del Capri. Esta vez, Adan llevaba un pequeño cuchillo de mesa. «Yo ni vi cuando él cogió eso». 

El oficial, según Yusimy, se dirigió al menor en una forma violenta, «porque a ese policía yo lo conozco y sé que trata en mala forma a todo el mundo», y el muchacho le respondió en igual tono. El policía le encontró entonces el arma blanca, y presentó la acusación.

Yusimy fue notificada de la detención y del juicio casi a la misma hora. «No me dieron tiempo a nada, ni a buscar abogado. Le hicieron el juicio al otro día». El tribunal determinó que la sanción correcta por ambas causas -portación de arma blanca y propagación de epidemia- era un año y medio, los cuales debía pasar en El Guatao.

Allí cumplió 4 meses, luego pasó por dos campamentos, como un beneficio que se le otorga a los presos en relación al tiempo de sanción, a los delitos juzgados, al tiempo transcurrido en prisión y al comportamiento del reo. Culminando enero del año 2021, le fue otorgada la libertad condicional.

Cinco meses después, el 11 de julio, las calles de Cuba eran tomadas por sus ciudadanos. Al otro día, La Guinera se sumaba al estruendo. Adan salió, como muchos otros jóvenes de su edad, para ver, participar, aportar. Respondió seguramente a la violencia policial, de la misma forma en que lo hicieron sus coterráneos, y de la misma forma en que lo hacen chicos como él, que tampoco han conocido de otras maneras más sutiles y elaboradas.

El 20 de Julio, varios oficiales del Departamento Técnico de Investigaciones se presentaron en la casa de Yusimy buscando a un tal «Alan». «Yo no sé quien es Alan», respondió Yusimy. Los oficiales ofrecieron mejor descripción y lograron que Yusimy despertara a su hijo. La madre caminó prácticamente detrás de él mientras fue conducido. 

Adan, poco tiempo después, fue conducido a aquella prisión que ya había visitado y allí conoció los 22 años que pedían para él. Él no entendía. Yusimy tampoco. ¿Quién pudiera haber entendido aquello?

El 17 de diciembre, Adán tenía visita en prisión. Yusimy había dispuesto todo para ir a verle. ¿Qué tu haces aquí?, le dijo un compañero de celda a la madre, tu hijo está pal juicio? Nunca alguien avisó a la madre, y Adán se sometió a un escrutinio sin abogado defensor siquiera. 

Los 22 años de sentencia trasmutaron en 14, y tras el posterior juicio de apelación, en 7. Siete años de privación de libertad para un niño de 18.

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Yusimy tiene quien la atienda, pero no como quisiera. Un oficial de la seguridad del estado la llama a cada rato por teléfono. A veces se persona en su casa. Averigua por su accionar en las redes sociales. «Ellos saben que yo caliento». Pero a la verdad, Yusimy ha sido citada pocas veces, quizás porque la misma policía política sabe que es una mujer difícil, sino imposible, de intimidar y doblegar.

Hace algún tiempo que Adan respira un mejor confort en medio de todo. Está en una compañía junto a otros amigos presos del 11J. Estos muchachos están trabajando casi todo el tiempo, como parte de los beneficios que puede recibir un preso, ya sea en la cocina, o en un almacén. Adan es querido y cuidado por los oficiales, según su propia madre, y el día que así no sea, ella sabrá mover la montaña y poner todo en su sitio.

El mayor temor de Yusimy no son ños dolores que sufre en la columna. Se angustia cuando no tiene medicamentos -y dada la crisis farmacéutica en Cuba, esta situación es más común de lo que se pueda uno imaginar- pero sí se preocupa, en cambio, al saber que restan pocos días para la visita de su hijo y no tiene los cigarros, la azúcar o las tostadas. Su vida se ha resumido tristemente en esto.

En la casa, no siempre fue así. Años atrás habían otras angustias. El techo que se filtra, el pollo que no llega a la bodega aún, los bajos salarios, la insistencia de Adan en creerse el hombre de la casa. Hasta que llegó el 2009, y con él, la cicatriz más grande que tiene el corazón de Yusimy, y el motivo principal de los desórdenes del pequeño Adan.

Mientras Yusimy nos prepara café, me fijo que desde un cuartito rústico que está a la entrada de la casa, se escucha un pequeño disturbio. Enseguida me entero de que es Yenri, de 13 años, quien juega con el teléfono de su madre.

¿Entonces tú tienes dos hijos?, le pregunto, y abro paso a una confesión que no hubiese querido tener, pero que me ayuda a entender como esta mujer concibe la vida. Para ella, es un manojo de buenas y malas yerbas que habrás de comer quieras o no, porque están pa ti y no pa más nadie.

Entiendo que Yusimy, madre de Adan y de Yenri, se hizo un poco más fuerte cuando parió a Yaro Dairo, en aquel abril del 2006. En aquel entonces, solo existía Adan en su vida. Entiendo que no vio venir aquella pequeña caída del niño, a los dos años, y que mucho menos pensó que porque el pequeño un día orinara de un color tan oscuro, sería símbolo de algo irreversiblemente malo.

Me pongo en su piel cuando me entero de que al niño le fue descubierto un tumor, y el alivio que recibo al escuchar que fue benigno, es tan temporal como lo que dura en su boca la frase «mi niño tenía un soplito en el corazón, 3 añitos, cayó en cama ese Julio de 2009, y falleció en enero del 2010».

Entiendo entonces cómo puede estar en pie Yusimy para hacerme aquel café, y para dar el frente a la vida. Entiendo, que hay un lugar que no conozco, del cual Yusimy sacó la determinación para seguir adelante luego de aquella pérdida, y que de ahí mismo, extrae la fuerza para sus mil batallas diarias.

Yaro Dairo falleció en enero de 2010 y nadie lo ha superado aún. Todavía no sabe Yusimy a quién gritarle culpable. Todavía no sabe Adan a dónde debe salir, con qué nasobuco o cuchillo, a quién debe golpear, para traer de vuelta a su hermano. 

«Pero no le mencionen el nombre», nos dice Yusimy, » a Adan no se le puede mencionar el nombre de su hermanito difunto porque se pone muy mal».