Por Manuel D la Cruz

 

El 17 de diciembre del 2021 un alto porcentaje de familias cubanas estaba encendiendo velas y dedicando flores a San Lázaro. Muchos de ellos estaban camino a su iglesia, El Rincón, ubicada en el municipio Santiago de Las Vegas. La familia de Marilyn, en cambio, tenía otro plan. El peregrinaje de estos sería hacia el Tribunal de Diez de Octubre, donde se decidiría si Orlando Carvajal Cabrera era culpable del delito de sedición contra la seguridad del estado. La fe estaba depositada en la justicia, el ánimo, en los abogados.

La vida de Orlandito, como lo llama su madre, sería signada por la tragedia. El antes y el después no sería marcado en aquel tribunal, sino el 12 de julio de ese mismo año, cuando el reparto La Güinera determinó tomar las calles, en la protesta antigubernamental más estentórea que viviría la isla en los últimos 60 años.

Orlandito, en aquel entonces, estaba pendiente a las redes sociales, por lo tanto, conoció del alzamiento del día 11. La Güinera, un barrio racializado y marginalizado, un barrio marcado por la pobreza extrema y el hastío, de alguna forma, decidió aquel domingo 11, que la mañana siguiente sería suya. Orlandito también lo supo. 

Ni Marilyn ni ningún otro miembro de la familia pudo persuadir al joven de su propósito. “Orlandito era un joven que estaba descontento con el sistema”, nos cuenta la madre, “ese día salió a conciencia”.

“Ese día él estaba aquí con la novia. Almorzó y me dijo, mamá, voy a tirarme (a dormir) un ratico”, nos narra Marilyn. Esta sería la primera de las dos siestas interrumpidas de Orlando, de las más fatídicas interrumpidas siestas de su vida.

“No sé en qué momento, pero cuando vi, ya Orlandito se había ido, y estaba en la calle junto a toda la gente del reparto”

La policía, los oficiales de la seguridad del estado y las tropas especiales de las Fuerzas Armadas se desplegaron en esta zona, con más organización que en cualquier territorio el día anterior. A las 4 de la tarde del 11 de julio el Presidente de la República, Miguel Díaz Canel había orientado el uso de la fuerza para reprimir la protesta. La Güinera reportó la única víctima letal que reconocieron las autoridades cubanas.

Orlandito logró salir ileso de las manifestaciones, a pesar de los tiros y las tonfas. Incluso, a pesar de una explanada de drones y tropas que acosaron las calles de la zona, logró no ser apresado. La orden de captura fue emitida, pero a la policía le fue más difícil dar con el paradero del muchacho, pues en su carnet de identidad no figuraba la dirección en la que vivía con su madre.

Un vecino de la casa, asiduo informante de la policía, indicó el camino para la captura. El 29 de junio, 17 días después de que Marilyn Cabrera fuese intervenida quirúrgicamente, cuatro motocicletas se presentaron en la casa para llevarse al muchacho. La abuela de Orlandito, octogenaria, pensó que eran amigos de su nieto, y los atendió con su acostumbrada amabilidad. 

Orlandito estaba durmiendo y ella lo despertó. 

Llega, en esta, la segunda siesta interrumpida, la más fatídica interrumpida siesta de su vida. Hasta el día de hoy, y según la sentencia de un tribunal habanero, jamás, hasta dentro de 12 años, volverá a dormir en paz y libertad.

 “En el momento en que mi hijo más me estaba ayudando, cayó preso”

Luego de vivir 9 años en la Isla de la Juventud, Marilyn terminó abandonando a su esposo por los graves problemas que ocasionó el alcoholismo a su relación. El hermano de Marilyn, vecino de La Güinera, le ofreció un pequeño cuarto, casi insalubre, para que ella viviese con sus dos hijos.

Justo enfrente de la Calzada de 100, y a pocos metros del Puente de Calabazar, entrando por un largo y estrecho pasillo, llegas hasta el portal discreto de Marilyn. Desde ahí logras ver la totalidad de la casa. A la derecha del portal hay una sala que es una cocina y cuarto, siempre, al mismo tiempo. Ahí duermen ahora también, los dos nietos de Marilyn, menores de 5 años. 

Solo tras la llegada de la pandemia, Marilyn pudo gestionarse, al menos, que le hicieran una libreta de abastecimiento para alcanzar los productos normados, y alcanzar algunos insumos alimenticios que el gobierno empezó a indicar por barrios y casas, en medio de una escasez y desabastecimiento general en Cuba, solo vistos en los primeros años de los 90.

Orlandito, que al llegar a La Güinera había optado por estudiar una carrera tecnológica, abandonó los estudios para apoyar a su madre enferma y soltera, madre de dos hijos. El año 2020, un año signado por la ruptura y la histeria, envió a Orlandito a la calle, a comprar pozuelos, platos y vasos plásticos, y a revenderlos a un precio modestamente superior. 

El hastío fue tomando por el cuello a un niño emprendedor. Orlando dedicaba más de 8 horas diarias a ser golpeado por el sol, azuzando la suerte para comprarr la proteína de su mesa. Mientras, veía en las redes, cuan próspera podía ser la vida para otros iguales a él, en otro país de oportunidades.

Sin embargo, su deseo primario no era abandonar la Isla. Era conocerla, protestarla, y de ser posible, transformarla. Empezó a seguir páginas y creadores de contenido con un marcado carácter disidente, y se refugió en la música de los afamados “Los aldeanos”, para evacuar su descontento. 

La madre enferma, convaleciente también de todos los golpes de la pobreza, nunca acotó una jota al pensamiento de su hijo. Hay menos caminos políticos para los pobres de la tierra, los cuales, además, llegan a la madurez primero.

El 11 de julio llegó, y la madre sintió alivio al ver a su hijo en casa aquel domingo, un alivio de pocos minutos. “Mamá, aquí se van a tirar mañana”, fueron sus palabras, y la madre, postrada en un reposo inviolable por su operación de vejiga, supo que poco podría hacer para cortarle el propósito a su pequeño. Sí, porque, aunque las determinaciones de Orlando parecieran la de un treintañero, el muchacho justo había cumplido 19 años.   

El 12 de julio Orlando recorrió las calles de La Güinera junto a muchos jóvenes como él. Logró escapársele del brazo a la policía en alguna ocasión, a pesar de saber que no estaba cometiendo delito alguno, si es que, en un régimen totalitario, expresar descontento no constituye delito.

 

 

 

 

“Los peores momentos de mi vida”

En la estación penitenciaria de 100 y Aldabó Orlando estuvo dos veces, en períodos de dos semanas cada vez. Los resume como “torturas psicológicas”. 100 y Aldabó es un depósito a dónde van los acusados mientras dure el proceso de investigación e instrucción penal. Pero, en el marco de las protestas de julio de 2021, la experiencia recogida de los manifestantes sobre sus estadías allí, son de todo menos discretas.

“Lo sacaban en plena madrugada, por mucho frío que hiciera, para interrogarlo. Le cambiaban las horas de sueño, para aturdirlos. A las dos de la mañana los metían en un cuarto, tres y cuatro horas, con tremendo frío, con el aire (acondicionado) a todo meter”, nos explica la madre.

“Él temblaba, y cada cuatro horas, o a cualquier hora de la madrugada, lo entraban para interrogarlo. Querían que él dijera en qué había participado, si es verdad que iban a tomar la estación de policía del Capri. También lo chantajearon con su libertad si decía algún nombre de alguien más que había participado. Le ponían los videos.”

“Le decían que no iba a salir más nunca de ahí hasta que él hablara. Querían que dijera que les habían pagado. Querían que Orlandito dijera que el dueño de “El árabe” les había pagado a todos ellos. Y Orlando dijo que no, que a él nadie le había pagado, que él había salido porque él quiso.”

“Ahí me lo tuvieron y yo no lo ví hasta después de un mes por las restricciones de la covid. Cuando lo volví a ver, estaba en una total depresión”

Marilyn tuvo que cambiar su reposo post quirúrgico por un incansable peregrinar hacia estaciones policiales, bufetes colectivos y esperanzas rotas. También tuvo que olvidar el hastío y traer una fuerza interna para pelear en las redes con su verdad.

Cuando al corazón de esta madre le cabían pocas penas más, sufrió una inmensa pérdida. El padre de sus nietos, esposo de su hija, salió de Batabanó en una lancha rústica, en busca de las costas de Florida, a donde jamás logró llegar.

“Aquí no estamos hablando de eso”

El 17 de diciembre en el municipio capitalino 10 de Octubre, se decidiría el futuro de la inmensa mayoría de los menores de edad habaneros implicados en las protestas. El abogado de Orlando ya había dicho a la madre, que no se esperanzara, “todo esto es un paripé. Ya los juicios están firmados”.

En la sala se presentan videos que incriminan a los acusados. En realidad, se presentan videos que muestran a los acusados en la calle, en medio de las protestas. En el caso de Orlandito, se le ve caminar y gritar, y en un instante se le ve con una piedra en la mano. Nunca se ve el destino final de esa piedra.

A las causas primeras de Orlandito (desorden público, desacato y atentado) se le añade sedición por un nuevo video donde se le ve con una botella en la mano, una botella que lleva en la boca una tela encendida. Estos proyectiles son llamados cócteles molotov y se usaron históricamente para incendiar locales y carros policiales en muchas manifestaciones a lo largo del mundo.

Alejandro, su abogado, a pesar de estas evidencias, se direcciona en varios sentidos. Primero, las protestas de La Güinera deben ser analizadas en su contexto particular, y a su vez, cada acusado debe ser juzgado independientemente. Pero Fiscalía ha dejado apretado el plural, y ahora él sabe, que las sentencias serán generales y ejemplarizantes.

Orlando Carvajal Cabrera tiene 19 años recién cumplidos al momento del juicio, y no cuenta con antecedentes penales. Esto no ha impedido que Fiscalía Provincial pida para él 15 años de privación de libertad.

En la sala se hace difícil contener el orden. Los acusados han llegado al salón atados de pies y manos, literalmente. No pueden voltear su cabeza para ver a sus madres, no pueden exclamar, y ni siquiera pueden mirarse entre ellos mismos. Los testigos en su contra, casi en su totalidad miembros de la policía, no hacen más que balbucear inconsistencias imposibles de creer.

Algunos familiares lograron que les aprobaran testigos en favor de sus hijos acusados. Algunos, más intrépidos aún, lograron enviar nuevos videos y lograron que fuesen trasmitidos en pleno juicio.

Hay grandes diferencias entre los testigos de la Fiscalía y los que fueron aportados por la Defensa, así como grandes diferencias entre los videos que aportó la parte acusadora y los que aportaron los familiares.

Una enfermera sube al estrado. Narra cómo iba caminando por la calle cuando el lanzamiento de piedras, de ambos bandos, policías y manifestantes, la hace escurrirse a una esquina. Agachada, esperaba que cesara el intercambio hostil, para seguir su camino a casa. Al pararse de nuevo, miró hacia atrás, pues estaba sintiendo algo en la nuca. Una pistola le apuntaba, una pistola de un policía evidentemente. 

Por si fuera poco, la enfermera mencionó un nombre prohibido: Diubis Laurencio Tejeda, el hombre asesinado por la policía, con un tiro en la espalda. El Juez ordenó parar el testimonio, e hizo desaparecer a la testigo de la sala. “Aquí no estamos hablando de eso” 

Hay un video que logra trasmitirse en la sala. Muestra a los policías arrojando piedras, hiriendo a los manifestantes. Muestra el bullicio de fondo, el sonido de los tiros. Eso no conviene a la determinación preestablecida para estos juicios. Mandan a retirar los videos de la sala. 

La defensa pregunta el por qué. “Esos videos son editados”. 

Esos sí, ¿no? ¿Pero los que ha presentado Fiscalía no lo son? ¿no lo son, a pesar de no tener el sonido real de la grabación, y tener una música instrumental de fondo?, pregunta la Defensa.

Nadie del juzgado quiere oír los tiros o los gritos de la policía en esa sala. No se puede desbalancear el relato hacia el lado de la verdad, o todo se va a la mierda.

A pesar de los intentos de la justicia por salir a flote, Orlando Carvajal Cabrera, con solo 19 años, fue condenado a 20, que pasaría en la prisión de menores Jóvenes de Occidente. Semanas después, el proceso de apelación rebajaría la condena en 8 años

Rosa es tu nombre de lucha

Marilyn recibe el apoyo en sus familiares para aunar los productos alimenticios en el saco que lleva a su hijo mensualmente. Recibe, en la misma medida, hostilidad de efectivos de la seguridad del estado que dicen “atenderla”.

Luis, Robe, son algunos de los nombres de sus vigilantes. Ella sabe que son alias. De hecho, se enteró hace poco que, en boca de ellos, las madres mismas de los presos políticos también tenían uno.

“Vino uno nuevo, que iba a empezar a atenderme, y le dijo al otro: mira, esta es Rosa. Yo le dije, ¿Rosa? Yo soy Marilyn. Y él me dijo, no, no, Rosa es tu nombre de lucha”

Mientras Orlandito en prisión trata de refugiar su ansiedad en el oficio de barbero, Marilyn denuncia en las redes y con la prensa cada nueva ilegalidad e injusticia. Esta mujer que ya perdió a su nuero en la mar, ahora sabe que pronto habrá de perder también a su nuera, la novia de Orlandito.

La chica estudia en una escuela militar, y el padre le ha obligado a continuar estudios universitarios en el mismo sector. En una visita conyugal, un alto oficial del Centro Penitenciario reconoció a la joven. “Yo no sé cómo tú estás con él, estudiando en la escuela que estudias”

Orlando es un joven con una hermosa risa, que ha dejado abandonada en los meses que precedieron al juicio, donde tenía aún intacta, la esperanza. Ahora le queda el saber, según su madre, de que “es un preso político y de conciencia”.