Historias de Familias víctimas del 11J. El periodista independiente Manuel D la Cruz, realiza una serie de entrevistas a familiares de presos del 11 de Julio de 2021 (11J) con un acercamiento a sus vidas, y sus sentimientos. Es una invitación a hacer un repaso de sus casos, las violaciones a la que son sometidos y la sobrevivencia entre tanta impunidad y falta de justicia.
Yanel fue a la prisión del Combinado del Este por primera vez en enero. Su hermano mayor estaba preso desde agosto allí, y la última vez que se vieron fue en la madrugada del 12 de julio. Yanel creía estar preparado para ver a Yanley; Yanley pensaba lo mismo. La realidad fue otra. La única visita en la que los padres vieron a su hijo mayor llorar fue esa. La última visita a la que el menor de los hermanos asistió fue a esa.
Yanel, de 19 años, no era tan parrandero como su hermano dos años mayor, pero solo por el placer del cálido acompañamiento, las únicas fiestas a las que asistió en su vida, antes de aquel fatídico arresto, fueron en compañía de su hermano Yanley. Nunca, ni siquiera de pequeños, complacieron el mito de que los hermanos, para ser hermanos, debían llevarse mal. Cuando Yanley decidió usar sus llamadas desde la prisión para hablar con su hermanito, la desolación se convertía en torpeza, y los monosílabos terminaron adueñándose del menor.
Yanel no concibe que su hermano deba estar preso. Yanley mismo tampoco. «Mamá, no me expliques más nada. Yo no robé, yo no maté: a mi me echaron 8 años por tirar dos piedras. Dos piedras»
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Yanley López Basulto padece de trastornos de la personalidad. La madre notó a temprana edad que el mayor de sus dos hijos necesitaba ayuda y solícita, la gestionó. Los especialistas consideraron necesario acudir a las pastillas, mientras mantenían la indicación de que asistiera a clínica periódicamente.
Yanley a sus 16 años decidió no consumir más antidepresivos ni ansiolíticos, y su madre, para protegerlo, se las camuflaba en líquidos y comidas. Luego el adolescente Yanley salía a fiestar, y a beber, y los efectos eran catastróficos. La madre, por ende, decidió no darle más dinero a su hijo, con el pretexto de que la sola bebida lo estaba llevando a una ebriedad peligrosa.
Los amigos del muchacho llegaban a pie, en motos y en carros, le pitaban o gritaban, y lo arrastraban a la parranda. Yanley no tenía que poner un peso para fiestar ni para emborracharse. «Mamá, no me estás castigando quitándome dinero. Igual me voy a divertir», le decía pícaramente el enérgico adolescente. Janet finalmente desistió de su método encubierto, y aprobó por fuerza mayor las razones de su hijo.
Yanley, a pesar de sus dificultades, y de que estas le impidieran continuar estudios tempranamente de manera satisfactoria, se desarrolló en su ambiente como un muchacho afable, querido y solicitado. Su ansiedad se desbocó en las fiestas, en el alcohol, y en la compañía de muchos amigos y mujeres. Salía una noche y el único destino era el disfrute, fuese este en las cercanías de la casa o en una provincia lejana.
La casa que ahora acoje a la familia, tercera desde el 11 de julio de 2021, queda ubicada justo al frente de la plaza principal de Güira de Melena. Janet ve los jóvenes de la zona caminar hacia allí los sábados en las primeras horas de la noche. Ve los inmensos bafles dispuestos a reventar tímpanos y ablandar caderas, ve los puestos de venta de alcohol, las ropas nuevas y las sonrisas púberes y sabe que ha de comenzar una tortuosa jornada.
A Janet no le molesta la intensidad de la música y mucho menos el espíritu festivo. Janet se remuerde en sus recuerdos, y la realidad es alcohol en la llaga: si Yanley estuviese en libertad, sin lugar a dudas sería uno de esos jóvenes que ahora ella ve caminando hacia la fiesta. Cierra las puertas y las persianas, y mientras el bullicio se acrecienta, ella llora sin dios o profecía que la consuele.
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El 11 de Julio, como en cientos de municipios del país, los pobladores de Güira de Melena tomaron las calles en una masiva y pacífica protesta antigubernamental sin precedentes en la historia nacional. Cuando los manifestantes voceaban consignas de libertad, reclamos de medicinas y alimentos, frente a la Estación de Policía de la ciudad, los oficiales uniformados ya habían sido orientados en reducir la manifestación por la fuerza.
La protesta se tornó agresiva y los manifestantes respondieron movilizándose hasta la tienda dde pesos convertibles, rompiendo sus cristales, y tomando muchos de sus productos. Oficiales de la seguridad del estado, disfrazados de gente común, documentaban con sus celulares todo aquello. En el juicio celebrado en marzo de este año, donde comparecieron 33 de los más de tres mil participantes, fiscalía presentó más de 90 videos.
Los acusados fueron reconocidos en estas grabaciones, y sobre ellos cayeron condenas alarmantes y desproporcionadas. Yanley López Basulto estuvo entre los condenados. Con 20 años era de los más jóvenes del plantel. No hubo conmisceración. Según sus padres, tampoco justicia.
El día que Yanley se enteró que Fiscalía pedía para él 14 años de privación de libertad, sus problemas psiquiátricos se exteriorizaron. Solo después del estado en que se mostró, a prisioneros y guardias del centro penitenciario Combinado del Este, los psicólogos determinaron que era necesario hacerle alguna que otra prueba, suministrarle algún que otro medicamento.
A Yanley se le orientó seguir un tratamiento con sertralina y alprazolam. A los meses, notó que en las noches ya no dos, sino una, era la pastilla que le estaban proporcionando. Preguntó el por qué. «Te estamos dando benadrilina«. Yanley estalló. Al entrar en prisión había dejado claro su alergia a este fármaco. Ellos lo sabían y no les importó.
Cuando Janet vio a su hijo, y supo que perdió 25 libras en un mes, y porciones considerables de cabello, se estremeció. «No era él. Caminaba de un lado a otro. No se concentraba ni hablaba y sus pupilas estaban muy dilatadas. Parecía un loco». Uno de los pocos rasgos que convencieron a Janet de que su hijo no había perdido del todo la cabeza, es que durante toda la visita Yanley tenía el dedo de la madre en el lagrimal de su propio ojo, de ahí lo pasaba a su oreja y volvía al lagrimal. Así hacía habitualmente cuando hijo y madre conversaban en la cama de la casa.
La noticia de la petición fiscal no solo estremeció a Yanley en prisión. La abuela paterna perdió practicamente la razón. El abuelo, eterno compinche del joven, ni siquiera habla ahora del tema. Ese día Janet, la madre, se desmayó 4 veces.
Janet padece de lupo desde el 2013, y desarrolló una vertigoginosis luego de la detención de su hijo. Se inmunodeprime con facilidad, y en esos momentos, no puede ni siquiera levantarse de la cama. Estas crisis suelen durarle desde 5 hasta 20 días.
Janet ha depuesto el ánimo en atender sus propios problemas de salud, para enfocar la poca energía que pueda tener en la atención de su casa y de su hijo preso. Debiera ir al Hospital Hermanos Amejeiras al menos una vez cada seis meses. En realidad, no una, sino tres: ir a sacar el turno, ir a hacerse las pruebas, y finalmente ir a recibir los resultados.
Pero no, ella ha decidido que esos nueve mil pesos en carro, tres mil por cada uno de estos viajes, deban ser distribuidos hacia el tema Yanley. No le comunica a su hijo en prisión ninguno de sus achaques médicos, pero Yanley, astuto, llama a algunos amigos de la calle, quienes le comentan del estado de salud de su madre. De esta forma se enteró incluso de cuando Janet convaleció de covid.
Yanley demuestra no estar apto para este encierro. No lo estuvo tampoco para el que suponía el servicio militar activo. Los chequeos médicos de aquel entonces lo demostraron a la comisión militar de expertos. Sin embargo, en juicio, Fiscalía arguyó que aquel chequeo era totalmente inválido.
«¿Mi cliente atentó contra usted?», preguntó el abogado Diego al oficial Pupo en juicio. El oficial lo negó. De igual forma, el cargo de atentado, precisamente por agredir a una figura del orden, estuvo entre los cargos por los que Yanley recibió condena. En los videos, tomados desde disímiles ángulos, se ve un mismo proceder: Yanley llega al frente de la tienda El Encanto junto a cientos de manifestantes, toma una primera piedra y la lanza contra un cristal, toma una segunda y repite el acto. Sabotaje de carácter continuado, le llamaron a esto.
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Cinco meses los López y Basulto estuvieron viviendo de la venta de croquetas. Para ese entonces ya vivían en el segundo piso del cincoplantas de Güira, el que da el frente a la Plaza. Allí se levantaba Gianley a las 4 de la mañana, y freía entre 500 y 700. De picadillo, de pescado. En dos horas las había vendido todas. En los últimos meses ya tenía una clientela fiel, y Gianley hacía croquetas casi únicamente por encargo. Un buen día la harina comenzó a escasear. Luego se perdió. Cuando apareció de nuevo lo hizo a un precio inaccesible, más aún para un negocio.
Compraron un máquina para elaborar fiambres. Una chicharrera. Mil pesos se gastó Gianley en pintura para el carrito. Otro poco se gastó en los plátanos y el aceite. Al final de la tarde, además de no sacar ganancias, habían perdido 395 pesos.
Gianley y Janet han vendido más pertenencias en un año y medio que en cualquier otro período del matrimonio. Aire acondicionado, split, moto eléctrica, televisor pantalla plana de 42 pulgadas, equipo de sonido, teléfono celular, bicileta, cama. El refrigerador fue permutado por otro de menos tamaño y calidad, para recibir un vuelto por encima. Y de las casas ni hablar.
La primera, en donde nacieron los hijos, ubicada en el barrio La Guerrilla, fue permutada por otra más al centro, de menor tamaño. Del cambio obtuvieron un dinero adicional que pagara la diferencia. Pero a los pocos meses tuvieron que repetir la operación, la cuál los llevó al apartamento en donde viven ahora.
El padre de familia está solo en la misión de mantener la casa. Su esposa enferma, tuvo que abandonar la elaboración y venta de dulces por los padecimientos que la aquejaban. ¿A dónde ha ido todo el dinero recibido de las ventas de equipos y las permutas? A la prisión.
En abril de este año la familia había gastado más de 50 mil pesos cubanos en Yanley, ya fuera en carros hacia la prisión, como en el saco, que no es menos que un paquete de insumos alimenticios entre los que hay, galletas, chocolate, leche, azúcar, productos de aseo y cigarros. Los precios de estos productos continuaron elevándose, de tal manera, que en noviembre, los sacos de dos visitas, alcanzaron la suma de 42 mil pesos cubanos. La suerte echó una media sonrisa a la familia en ese mes: el padre adivinó una combinación de dos números de la lotería, el añorado parlé, el día del cumpleaños de Yanley.
«Nos hemos acostado sin comer», confiesa Gianley. «Llevarse la comida a la boca es un dolor. Cada vez que nos sentamos en la mesa nos acordamos de Yanley, y lloramos.»
El 31 de diciembre de 2021 se elevó el ruido de ambiente. Las familias del cincoplantas bailan y cantan, en su mayoría, ebrios. En el segundo piso no había música. Cuando llegaron las doce de la noche, había un solo pensamiento: Yanley. Primer año que despedía el chico en prisión. Primer año que recibía la familia sin el primogénito. Todos lloraron. Ningún vecino oyó los gritos de angustia de Gianley por el bullicio que rodea la celebración. Janet, menos expresiva, se encerró a llorar en su cuarto.
Yanel está afectado, pero debe continuar su vida. Este pasado 25 de noviembre cumplió 20 años, la edad con la que fue detenido su hermano mayor. La madre le permite que haga una fiesta en casa, a la manera de Yanel, pocos amigos, íntimos. Habían pasado dos horas y no había música.
Janet está librando una lucha insoportable. En la casa, desde el 12 de julio y en honor al luto, nadie jamás ha vuelto a musicalizar fiestas o días comunes. No está estipulado ni es una petición de Janet o Gialey, es un deseo orgánico con el que todos han consentido. Pero llegó un amigo de Yanel a la fiesta, y trajo con él un equipo de música.
Yanel miró a su madre, quien le otorgó con su silencio el permiso. Los muchachos comenzaron a reproducir la música del momento, y la alegría se posicionó en sus caras. Janet no quiso ser incoherente, pero supo que había perdido la batalla.
Si Yanley estuviera aquí…
Le dio un beso a su hijo, al que estaba cumpliendo 20 años a solo 1 días de que Yanley hubiera cumplido 22 en la soledad de la prisión, y se despidió.
Lo siento papi, no puedo…
Cerró la puerta y se echó a llorar.